Cada uno carga su propia lengua
Por: Samuel Mora
El cuerpo es y tiene una historia.
Marcel Mauss
No debemos entender el cuerpo únicamente como algo de origen biológico, que solo opera a través de pulsiones, sino también de historia, de cultura y del vínculo que se tiene con el Otro.
¿Por qué el tatuaje se ha presentado como una actividad más frecuente en la actualidad?
El tatuaje se dice y se inscribe a través del cuerpo, podemos pensar con cierta obviedad que la boca es la única que habla, o que con las palabras todo se dice. Pero a veces las palabras no son suficientes para expresar aquello que se manifiesta como síntoma del malestar que produce la vida cotidiana.
Allí toma lugar el cuerpo como un medio historizado a través del cual expresamos aquello que nos pasa. Por ejemplo, pensemos en un arco histérico, los cuales atrajeron la atención del padre del psicoanálisis y que ciertamente hoy son tan poco comunes de ver. ¿A dónde habrán mudado esas formas históricas e inconscientes de dar cabida a nuestros síntomas?
Tenemos un organismo psicofísico, dividido en una psiquis y un cuerpo, los cuales interactúan. A veces, el organismo recurre a cierto tipo de enfermedad o síntoma, como son: los ataques de pánico o las crisis de ansiedad, incluso los ataques de llanto; todas estas formaciones expresadas en el cuerpo del sujeto van a hacer de nuestra especie un animal parlante, todo aquello que no ponemos en palabras o que no nos es posible llevar con estas a sortear el camino de la represión busca su forma de expresarse. En este sentido, podríamos pensar también el tatuaje como un modo de enunciar algo psíquico a través del cuerpo, un cuerpo habitado por el inconsciente simbólico, «El inconsciente no tiene cuerpo más que la palabra»1. El tatuaje es una marca de lo imposible de significar. Lo que no se pudo inscribir en lo simbólico; lo que no se puede.
Es el lenguaje quien antecede al sujeto, incluso mucho antes de que este pueda hablar; así podemos dar cuenta de que el sujeto está antes en la palabra que tener un cuerpo y continuará en la palabra incluso después de su muerte orgánica. Por esta misma razón es que no todo le será capaz de ser captado en la consciencia y a su vez aquellas cosas que no logran ser signadas quedan en discordancia dando paso para manifestarse en lo real.
¿Cómo curar aquello que no sabemos signar con palabras? Quizá suene absurdo, pero con nuevas palabras. En algunas sesiones, los pacientes mencionan: «es que no sé si me está funcionando esto, siento que siempre le digo lo mismo», pero lo que no nota y sí el analista son esas pequeñas diferencias en su decir el síntoma y articular la cura. Lo complejo es cómo transmitir esa escucha de vuelta al analizante, que como él mismo dispositivo nos da evidencia, ya no se escucha completamente, a veces únicamente alcanza a oír su balbuceo, ahí es donde aparece el inconsciente, esos pequeños lapsus, esas metáforas, un olvido, un nuevo recuerdo, etc., hacen relucir la singularidad de cada encuentro y una nueva forma de suplir algo a la demanda. Pero qué pasa con esas cosas que incluso la sublimación u otras formas no logran sostener en síntoma; quizá algo de esto está soportado en otras conductas como perforaciones, escarificaciones, cutting, ciertas conductas adictivas o por qué no, el tatuaje. Qué pasa si ese material reprimido queda sometido al análisis, quizá algo que hace a un «buen analizante» es permitirse hablar libremente, incluso de aquellas cosas que pueden ser penosas o difíciles.

Para Freud, el arte es una forma de sublimar o transformar las pasiones humanas, un modo de trascender la agresividad y la sexualidad, generando una forma de expresión de las experiencias pulsionales. El arte y sus manifestaciones en general comparten mucho con los sueños, parte realidad, parte fantasía, cargado de contenidos inconscientes.
En la obra culminada en la piel, el sujeto puede leerse, está dispuesto a ir más allá del placer para obtener esa inscripción en su piel que lo dota de identidad, de cierta forma podríamos pensar al tatuador en la figura del analista, quien escucha al paciente decir algo colocado en el lugar de la Falta y que busca ser inscrito en la cadena de significantes. Cosa que es interpretada y regresada al cliente en forma de sigil donde inscribe el mensaje del tatuado.
El tatuaje puede ser un ejemplo claro de lo que va más allá del principio del placer en la búsqueda del deseo por satisfacerse, podemos ver en él un claro ejemplo de la compulsión a la repetición, pareciera que se hace lo mismo, pero nunca idéntico, ahí puede aparecer el análisis como un espacio para historizar al sujeto, para buscar el sentido distinto de las cosas, hacer un punto de cruce en la cadena de significantes. En el tatuaje también está lo no sabido de un saber, el análisis puede ser el lugar para descubrirlo.
Así como de algún modo queda colocado el paciente en el consultorio cuando ha reconocido como imposible cubrir la demanda y al analista no como una figura omnipotente de saber. Así el sujeto puede enfrentarse a la realidad de que eso que imaginaba que desea tatuarse no es posible y que tendrá que sufrir alguna abstracción o modificación del resultado. El analista puede regresarle algo de su propio discurso al analizante, pero sabemos que no todas las intervenciones o interpretaciones logran el resultado que el sujeto idealiza de las sesiones.
En la repetición de aquellas conductas que conscientemente el sujeto refiere querer abandonar hay una ganancia secundaria, un dolor, que a largo plazo rebasa en el sujeto su capacidad de contención, así el síntoma aparece como una respuesta que sostiene.
Por tanto, no se pretende equiparar la experiencia analítica al tatuaje en su totalidad. Por una parte, en el tatuaje se intenta tramitar la sobrecarga psíquica que genera aquello inconsciente que no se logra tramitar en la experiencia cotidiana, mientras que el análisis pretende dar cabida a la interpretación de dicho material reprimido en el fenómeno y de ser posible evitarlo o conducir la cura.
Ciertamente, ambas experiencias pueden presentarse en un primer momento como desagradables y, como bien dice Freud, en un primer momento del tratamiento incluso podemos observar un agravamiento de los síntomas, lo cual puede entenderse como resistencia al tratamiento.
El analista debe meditar activamente, liberándose de sí mismo, para poder escuchar al paciente y lograr intervenir de una forma que produzca algo de roce y cambio con el yo del paciente. Debe conseguir conmover esta historia que el paciente se cuenta de sí mismo, pues, no debe conformarlo o condescender, así el signo se convierte en una entidad ontológica.
El analista no se compadece del analizante, pero tampoco tiene porque ser feroz. Compadecerse significa cerrarse al flujo de palabras e imposibilitar la transferencia. El analizante puede armar en su juego cosas terroríficas con sus objetos o puede armar bellos juegos que lo llenan de vitalidad. De igual forma, con el tatuaje puede representarse una amplia dimensión de elementos.
El tatuaje puede explicar algo similar, no solo porque es costoso, sino además doloroso, algunos que lo enfrentan y requieren más de una sesión no tienen deseos de regresar, incluso algunos han pensado en abandonarlo al poco tiempo de iniciar la primera sesión. Así como uno termina cediendo a esa inscripción de igual forma a veces se permite la experiencia del análisis que indiscutiblemente nos marca.
La diferencia radicaría en las posibilidades que se brindan para simbolizar aquellas cosas que no han logrado aún ser puestas en palabras, pues se busca ayudar al paciente a producir una metáfora que logre contener el impulso a generar esa nueva marca en la piel, cargada ya de una forma auto punitiva a modo de acting out por parte del paciente.

Si bien parecen una moda, y no es la intención hacer menosprecio de éste, los tatuajes tienen multiplicidad de significados que expresan la singularidad subjetiva de quienes los portan, a través de la historia de las personas, hay algo de esa singularidad que se soporta en el acto de tatuarse y que si no fuera por éste quizá el sujeto podría atender a otras formas para tramitar aquello que vive.
La psicoanalista Hilda Catz estudia este fenómeno en su texto Tatuajes como marcas simbolizantes, donde menciona que el tatuaje, a pesar de ser más común en los adultos jóvenes y en los adolescentes, «No es algo exclusivo de estos grupos etarios». Menciona que los tatuajes son «Cicatrices reveladoras» que tienen que ver «Con las problemáticas planteadas en torno a las particularidades de las inscripciones parentales en nuestra cultura».2
El analista puede observar cómo el tatuaje aparece en momentos clave de la vida del analizante, debe mantener atenta su mirada a los fenómenos de pasaje al acto, ya que no representan un avance en el sentido de una cura, o nos indicarán elementos importantes de ser mencionados en asociación durante el proceso de análisis pudiendo ayudar en los procesos conscientes, ayudando al paciente a hacer consciente lo reprimido y re-elaborar los contenidos inconscientes.
Podemos pensar el momento del tatuaje como un instante en que el sujeto, de cierto modo dominado por sus deseos y fantasías inconscientes, ignora su fijación a esa conducta y ese acto (quizá por un evento traumático anterior), omitiendo su carácter de repetición y su origen.
Visto así el tatuaje no es cualquier acción, sino una que se presenta en auxilio de los mecanismos de defensa, dicho de otro modo, permite desconocer el deseo por ser subjetivamente amenazante, buscando que el deseo quede satisfecho al margen de la conciencia y, por lo tanto, no permitirá una efectividad en su resolución.
Esto nos permite pensarlo como fenómeno relacionado a lo que algunos autores denominan «huida a la salud», el cual aparece cuando el paciente refiere sentirse ya «curado» y donde podemos ver que se encubre una resistencia al análisis, ya que confronta al sujeto a eso que evita reconocer conscientemente.
La perdurabilidad distingue al tatuaje como su máxima cualidad, al igual que son las cicatrices, todas cuentan una historia. Se tatúa para dejar una huella perdurable en el tiempo, signo en el cuerpo. Quizá la experiencia de análisis, se viva como signo en la memoria, pero cuando podemos llegar a hablar de cumplir un fin del análisis.

Después de la dolorosa experiencia que se tramita con el tatuaje se llega a su fin. En un momento nos parece increíble, nos da placer, después de acostarse a pasar por las molestias va quedando un mensaje entre líneas, se experimenta un grandor del yo.
El análisis en ocasiones se puede percibir de la misma manera incómoda, triste, ansiosa o dolorosa. Y por eso ciertas personas se resisten a regresar, a pesar de estar conscientes de que han dejado algo inconcluso y que para lograr resolver su síntoma es necesario volver.
Las personas oponen una enorme resistencia a trabajar en lo que adolecen. Como sociedad se nos ha enseñado únicamente a lamernos las heridas, pero si es así, quedamos condenados a la repetición de dolor y el sufrimiento.
Bibliografía
1- Ceña, Guadalupe, Si el inconsciente no tiene cuerpo más que de palabras… V Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología XX Jornadas de Investigación Noveno Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR. Facultad de Psicología – Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires. 2013
2- Catz, Hilda, El porqué de los tatuajes, Página 12, Por: Oscar Ranzani, 11 de marzo de 2021