Por: Areli Gutiérrez Rodríguez
Mejor pues que renuncie quien no pueda unir
A su horizonte la subjetividad de su época.
Lacan (1955)
Mi interés es dar a conocer los alcances de una enfermedad desde lo psíquico, su causa y desenlace se han dejado de lado al no ser algo que nos afecte directamente.
Observando tanto en la clínica como en el exterior, se pueden percibir más jovencitas con una delgadez extrema, lo cual me lleva a preguntarme: ¿cómo se pudo llegar a tal punto? ¿Cómo se sostiene el cuerpo? ¿Cómo funciona en un sistema que demanda seamos productivos? ¿Qué deseo mueve o qué pulsión de muerte empuja al vacío? Pero más aún, como analista, qué puedo aportar, cómo sostener, contener y colocar de otra manera a una paciente con un profundo dolor de no aceptación ante su cuerpo y con marcas imborrables-afectivas que carecen de representación.
Abordar el tema de la Anorexia puede llevarnos a la relación con el vínculo materno, esto implica señalar situaciones de origen en el sujeto. La alteración de la imagen que no concuerda con lo que mira la persona en el espejo dando una alteración en lo visto, una escisión notoria entre lo que ven —imagen— y lo que piensan —representación psíquica—, es la relación que se tuvo con la madre, con su discurso (estadio del espejo, Lacan) como fuente de afectos y proveedora de huellas mnémicas que marcaron el cuerpo al tiempo que deviene el sujeto simbólico. Esto visto desde el psicoanálisis como una forma de explicación que encontramos en el deseo materno cuando pudo libinizar o no al «pedazo de carne» diría Lacan.
El sujeto no es una construcción de satisfacción de la pura necesidad, sino que es fundamentalmente deseo de ser deseado por un Otro, deseo de falta en el Otro, deseo no de una cosa, no de cosas, sino deseo de deseo, a eso nos referimos con deseo materno.
Si la madre es proveedora de alimento y el niño depende totalmente de ella para su crecimiento, ¿cómo se logra este vínculo y qué consecuencias tiene cuando no se logra? ¿Qué pasa con la alteración simbólica de sí mismo? Es decir, ¿puede devenir en una especie de trastorno o psicopatología por estructura (neurótica, psicótica, perversa)? Estas son algunas preguntas a responder en otro momento.
En la anorexia todo parece lo sostiene la imagen-cuerpo (silueta) que perciben y se acompaña de una repugnancia de lo que ven, se odian y se ofenden en todo momento con palabras que se dicen ante esa imagen, la cual les regresa una figura alterada. Su dolor parece venir de un lugar de no aceptación, pero esta no aceptación ¿en dónde se registró?
¿A partir de qué momento, se alinea el cuerpo al mandato psíquico, para de forma fisiológica responder con la anulación de la ingesta calórica? El sujeto se extravió de su propia enunciación, no encontrando más que los enunciados formulados por el Otro.
El cuerpo resiste el sometimiento de ejercicios excesivos hasta la extenuación, con repeticiones infinitas de abdominales, dejando cada vez más una figura esquelética ¿De qué manera la sociedad contribuye y afecta, al grado de no poder salir de esta situación, donde los estándares de belleza y estética se rigen por un cuerpo delgado, donde todo se generaliza a entrar a una talla si no se quiere pasar por la discriminación?
Hay demasiadas aristas para tratar el tema de la Anorexia, desde el psicoanálisis se intenta lo siguiente: las necesidades, demandas y deseo del sujeto anoréxico pareciera tuvieron un Otro materno que respondió pronto a su demanda, un Otro que se ocupó de asistirlo, pero omite el deseo, el amor en la transmisión, dejando la ausencia de la acción particular del deseo del Otro sobre el sujeto, así la anoréxica reclama no tanto al Otro de la demanda sino al Otro del deseo. No es suficiente que el Otro alimente las necesidades de comida sino que es necesario que otorgue algo suyo. Dando lugar a este discurso intentamos construir el deseo propio.
Se propone una forma de intervención para subsanar o colocar al paciente en otro lugar ante los vínculos fallidos, restablecer su propia imagen a partir del tratamiento o la dimensión de la «cura», donde no irían dirigidos a una normalización de la función orgánica alterada, sino hacia la escucha del síntoma por medio la palabra del sujeto. La apertura del inconsciente son los retos a los que nos enfrentamos en la clínica del vacío, llamada así por carecer desde el origen de representación (palabra), haciendo de este vivir una extrañeza y falta radical, «falta —en— ser», vacío que habita al sujeto que no puede ser saturado por ningún objeto; ante esto, el discurso que bordea a-palabra en sesión se torna una posibilidad de poner límites a esa pulsión de muerte que devora el cuerpo.
Bibliografía:
Massimo Recalcati, La última cena, editorial Cifrado.
Domenico Cosenza, La comida y el inconsciente, editorial NED.