Qué lugar tienen las infancias dentro del aula

Por: Cynthia Silva

Dentro de cada niño existe una historia que necesita contarse, una historia que nadie más ha tenido tiempo de escuchar.

Winnicott, 1984.

Al hablar de las infancias podemos pensar en todo un universo donde surgen diversas realidades infantiles, sujetas a las exigencias del mundo actual. Los medios de comunicación, la tecnología, los diversos modos de crianza entre otras cosas dan oportunidad a nuevas experiencias y exigencias infantiles, dando lugar a diferentes formas de actuar, relacionarse, jugar, sentir y pensar.

Es común observar niños con agendas ocupadas, con horarios escolares extendidos, «adultificados», sobre estimulados por el uso de dispositivos electrónicos, desafiantes ante las autoridades, pero también podemos encontrar niños solos, tristes y por qué no, patologizados.

Esto es posible escucharlo en diversos escenarios del mundo infantil, pero no podemos olvidar las escuelas, donde los niños de ahora pasan la mayor parte de su día, este espacio donde socializan, juegan, aprenden, regulan, comparten e imaginan.

Las aulas donde se debería reconocer y celebrar la diversidad de las infancias, donde se reconoce las necesidades individuales, los intereses de cada niño, donde se propicia el aprendizaje promoviendo la autonomía, participación y colaboración, donde se crean ambientes inclusivos para que los niños se sientan seguros, respetados y valorados. Pero ¿realmente es así?

Es aquí donde surge la pregunta:

 ¿Qué lugar tienen las infancias dentro de las aulas? ¿Realmente resultan espacios para la inclusión y diversidad? Y ¿se llevan a cabo todos estos procesos de enseñanza adecuados a cada niño?

O, por el contrario, estos escenarios pueden llegar a excluir ante la presencia de tristeza, inquietud o rebeldía, inseparables a lo humano.

Resulta preocupante que cada vez es más frecuente que las escuelas pidan a los padres diagnósticos de sus hijos para permanecer dentro de la institución inscrita y que incluso los mismos padres cuestionen las diferencias de sus hijos pensándolas desde lo patológico, ya sea porque tiene dificultades en el aprendizaje, sea un poco disperso, travieso o se relacione de manera distinta con los otros, se pide nombrar estas  diferencias y medicalizar estas conductas que son distintas a la «normalidad» impuesta, sin cuestionarse el medio al que es expuesto el niño y esta normalidad establecida, y mucho menos aquellos métodos de enseñanza-aprendizaje, contenidos, espacios y estrategias áulicas implementadas por los diversos centros educativos.

Ahora se pide nombrar la diferencia, etiquetarla y definirla para tener soluciones, sin molestarse en pensar nuevas prácticas ante estos desafíos.

La escuela es ahora el escenario donde aparecen los supuestos trastornos de aprendizaje y/o conducta, donde se ubica el foco en el individuo que debería aprender y no aprende, que debería comportarse y por el contrario incomoda, en lugar de cuestionarse si existe alguna relación con el aumento de niños con «supuestos trastornos» y el modelo escolar con referencias del siglo XIX a niños del siglo XXI. (Untoiglich, G. 2013)

Se escucha en el consultorio a madres preocupadas por el «bajo rendimiento académico» del niño y las exigencias académicas dentro de la escuela, las cuales han llevado a estos niños a ser señalados por toda una comunidad educativa (padres de familia, maestros, directivos, alumnos) sin pensar las consecuencias que esto lleva en el infante. «Generando una marca en la subjetividad en construcción de ese niño, que va a determinar su presente tanto su porvenir» (Untoiglich, G. 2013)

También podemos escuchar aquellos docentes incomodos con el comportamiento de ciertos alumnos inquietos, que se paran constantemente de su silla, que platican con el compañero más cercano, que prefieren jugar a estar realizando aquellas actividades escolares y que no se molestan en adaptar el espacio ni las actividades en algo placentero.

Y por otro lado, se escucha a niños decir que se sienten extraños, enfadados, no saben explicar ese sentimiento… al preguntar por su rutina comentan pasar todo el día en el colegio, desde su llegada a las 7 de la mañana hasta las 6 de la tarde…

¿Y cómo no sentirse extraño en este entorno? ¿Dónde y cómo se crían los niños ahora?

En este punto es necesario recordar la relación que hay entre estas conductas con el escenario social, económico y político que se vive en la actualidad y que afecta de manera directa a los individuos, dando lugar a individuos aislados.

La lógica que opera es la de la exclusión dando espacio a este pensamiento individual en los niños.

Y que están a la espera de lo que el mundo globalizado ofrece, un espacio para adultos, sumergidos en la lógica del mercado y la tecnología, que alcanza a trastocar las infancias por medio de las pantallas.

Como menciona Levin, E. (2007):

La infancia vive en nuestros días, en la actual civilización tecnológica, rodeada por el flujo incesante y multiforme de estímulos de muy variada índole, inmersa en un seductor y perturbador mundo de imágenes. Los medios de comunicación en sus diversas expresiones invaden cada aspecto y momento de la vida del sujeto, absorbiendo gran parte de los intereses y el tiempo de la población infantil y adulta.

¿Y no es esto lo que ofrece el mundo en la actualidad? No hay espacio ni tiempo para imaginar, jugar y relacionarse con los otros. Y que en las aulas esto se puede ver reflejado con la falta de interés por parte de algunos alumnos y que presenta un reto para los docentes, sostener esa atención que poco puede durar sostenida.

Por ello es importante dar un vistazo a las infancias, dar lugar a los niños y escuchar todo aquello que tienen que decirnos intentando dar un giro a esta lógica en la que ya viven. Y cuestionarse cada vez más, aquellos señalamientos hechos por instituciones, que lo único que hacen es marginar.

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