Acerca de la vergüenza

                                     Una reflexión —para cuestionar nuestra— ética    

Por: Mónica Edith González Dávalos

En la actualidad nos encontramos ante el reto de repensar los conceptos clásicos para enfrentar nuestra cambiante cotidianidad y para ello es necesario mirar atrás, conocer nuestra historia, pues esto nos brinda una base firme en la cual apoyarnos, sea para reconstruir, sea para partir de allí.

La vergüenza es un sentimiento que en la mayoría de las ocasiones es considerado de poca trascendencia, que es incómodo y negativo, no obstante, muchos son los autores que se han ocupado de definirla y estudiarla, pues esconde un profundo significado. En este pequeño ensayo nos interesa encontrar ese trasfondo que hace de la vergüenza un sentir clásico relacionado con el conocimiento, la conciencia, la ética y la virtud.

Si recurrimos a una definición general, la vergüenza es un sentimiento que experimentamos cuando hacemos algo que es considerado inapropiado, indebido o moralmente incorrecto, lo que nos lleva a una sensación de humillación, culpa y remordimiento. Es un sentir que toma lugar en lo social y se refleja en la clínica, a veces con demasiada presencia, en ocasiones como un sentir impuesto por otros y en muchas otras, se manifiesta en su ausencia o en la renegación de ella.

Eva cogiendo la manzana – Vera y Calvo, Juan Antonio, Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado

Los primeros rasgos a resaltar de la vergüenza son el conocimiento y la relación con los demás, ya que ésta surgirá por el temor a que los otros sepan acerca de lo que ese sujeto se reprocha, un claro ejemplo de esto lo encontramos en «el origen», el versículo 3 del libro del Génesis llamado La tentación y la caída nos relata que la serpiente, siendo el más astuto de los animales, persuade a la mujer de comer el fruto prohibido desmintiendo la advertencia de Dios[1], y engañándola con la promesa de que si lo hacen serán como Dioses, pues conocerán del bien y del mal. La mujer toma el fruto y come de él, el hombre, que estaba con ella, también come, entonces «se les abrieron los ojos y ambos se dieron cuenta de que estaban desnudos»[2], inmediatamente ellos cubren su desnudez, y ante la presencia de Dios se esconden para no ser vistos, «Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?» Este contestó: «He oído tu voz en el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo; por eso me escondí.»»[3]

Adán antes de comer el fruto -Vera y Calvo, Juan Antonio- Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado

Podemos notar que el acto de comer del fruto prohibido marca un antes y un después, la metáfora abrir los ojos significa conocimiento, hay una pérdida del no saber, es decir, de la inocencia, ellos pueden ver su desnudez y se avergüenzan de ello, además, se avergüenzan de su desobediencia a Dios, y de haber sido expulsados ​​del Jardín del Edén.

Lo anterior nos indica, entre otras cosas, algo innegable, no se vive desde el principio de la vida en el conocimiento de la propia desnudez, hay un momento en que éste surge, hay una «edad» en la que la vergüenza se descubre. Sigmund Freud en Tres ensayos de teoría sexual (1905) nos dice que el niño pequeño carece de vergüenza, introduciendo el carácter perverso polimorfo[4] de la sexualidad en los primeros años infantiles, sin embargo, a lo largo del desarrollo sexual surgen inhibiciones a manera de diques anímicos contra los excesos sexuales, estos son: «el asco, el sentimiento de vergüenza, los reclamos ideales en lo estético y en lo moral»[5]. La educación refuerza una disposición biológica en la formación de estos diques, necesarios para el crecimiento y desarrollo del individuo dentro de la cultura. En Freud vemos que las vivencias sexuales infantiles son vividas con naturalidad y como parte del desarrollo normal del niño[6], no obstante, observamos que la mayoría de estas vivencias son olvidadas o reprimidas en lo inconciente por su carácter «comprometedor»[7] de esto resulta, en muchas ocasiones, una inquietud anímica de la conciencia moral, sobreviene un reproche que es conciente, sin embargo, los sucesos causantes son en su mayoría inconcientes. El reproche que puede mudarse en vergüenza se manifiesta en el temor a que los otros sepan acerca de lo que ese sujeto se reprocha. Finalmente, habría que resaltar el papel que juegan los mencionados diques psíquicos en la formación de la sexualidad madura, limitando el libre desarrollo de la perversidad o inmoralidad.

En este punto reafirmamos el carácter público que tiene la vergüenza, que es concebida siempre en la relación con los otros, la mirada del otro hace pública la experiencia, juzga y sanciona. Jacques Lacan en la clase XVII de Los escritos técnicos de Freud nos dice: «A partir del momento en que existe esta mirada, ya soy algo distinto en tanto yo mismo me siento devenir objeto para la mirada del otro Pero, en esta posición, que es recíproca, el otro también sabe que soy un objeto que se sabe visto.»[8] Me veo porque se me ve.[9] Habría que añadir que dicha mirada se presenta de un observador real o imaginario, es decir, la experiencia se torna presente dentro del sujeto quien se mira a sí mismo. La posibilidad de verse expuesto a la mirada de los otros permite dirigir o acotar las conductas. No obstante, si dependemos de la mirada ajena, seremos esclavos de mandatos que no hemos elegido. Sentirse avergonzado no debe depender del temor a las represalias de la mirada ajena, pues ello carecía de todo valor moral, pues nos limitamos a obedecer las convenciones sociales que no elegimos personal y auténticamente.

Aristóteles en Ética a Nicómaco argumenta que las virtudes de orden moral afectan a la conducta y al carácter del hombre. «El ámbito de éstas es, precisamente, el asiento de los apetitos, allí donde se determina que un hombre sea bueno moralmente si los domina, o malo si no los domina.»[10] Para Aristóteles las virtudes son disposiciones potenciales, sin embargo, no se nos dan por naturaleza, sino que se desarrollan mediante su práctica. Por tanto, la virtud es la condición media entre dos extremos, la «disposición o hábito de elegir el medio relativo a nosotros en acciones y emociones, determinado por la razón y tal como lo determinaría un hombre prudente.»[11] El objetivo de la ética es desarrollar virtudes que permitan a las personas vivir de manera equilibrada, el hombre es virtuoso cuando su voluntad ha adquirido el hábito de actuar de forma prudente. La vergüenza, más que virtud, aparece como una afección, «como un cierto miedo a la falta de reputación, pero acaba siendo cercana al miedo al peligro.»[12] El autor ubica la vivencia de vergüenza como una afección propia en la juventud, es justamente en esta etapa de la vida en el que comúnmente se da el abrir de los ojos, en la cual uno se comienza a dar cuenta de sus actos y las consecuencias de ellos, es la etapa formativa de la identidad, una transición que bien puede desembocar en personas viciosas o en personas virtuosas. «Pues la vergüenza pertenece a los actos voluntarios y el hombre virtuoso no realizará jamás acciones viciosas.»[13] En este sentido el sentimiento de vergüenza nos remite al concepto de responsabilidad, una postura ética frente a la vergüenza podría resumirse en no realizar actos ante los cuales se sentiría vergüenza y en cambio, realizar aquellas acciones de las cuales uno se sentiría avergonzado de no hacer, optando por la búsqueda de un equilibro.

Muchos son los autores contemporáneos que advierten sobre los cambios que han sobrevenido en nuestras sociedades hipermodernas, en donde la digitalización de lo privado ha transformado la forma de ver y vivir la vida. «La adolescencia domina la forma y el contenido de nuestra cultura; la nuestra es una sociedad adolescente. La transición entre la niñez y la adultez que supone la adolescencia se congela en un estado permanente que todo lo engloba.»[14] Vivimos ante una época que aparentemente ha derrotado la vergüenza, aun en sus aspectos positivos. Añadiendo el hecho de que podría considerarse vergonzoso algo que antes se consideraba deseable, y entonces las miradas de los otros se diversifican, se contraponen, y el actuar se vuelve confuso. Se realizan actos que anteriormente hubiesen sido objeto de rechazo, agregando el hecho de que se busca lo público de ellos. «Los tiempos modernos advienen como una rebelión contra la tradición.»[15] Una renegación de la historia que provoca un paso de un extremo a otro, que nuevamente nos aleja de la posibilidad de una sociedad virtuosa. Habría que dar un paso atrás y mirar ante que realidades estamos, y a su vez, mirar hacia dentro, a nuestra vida, cuestionar la educación que hemos recibido, pero no para renegar de ella, sino para partir de allí.


[1] En el relato bíblico Dios permite comer de los frutos de todos los arboles del jardín del Edén a excepción de uno, el árbol que se encuentra en medio del jardín, puesto que, si comiesen de su fruto morirían.

[2] Biblia Latinoamericana, Génesis 3: 7

[3] Ibid., Génesis 3: 9

[4] El concepto de perverso polimorfo hace referencia al proceso de desarrollo sexual del niño, el cual se va construyendo pasando del instinto a la pulsión y de la necesidad al deseo. Antes de la etapa de normalización genital, la satisfacción pulsional en el niño tiene como finalidad la satisfacción parcial ligada a la diversidad de formas y de zonas erógenas.

[5] Freud, Sigmund, Tres ensayos de teoría sexual, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1992, p.161.

[6] Con esta expresión nos referimos a un desarrollo sexual deseable en las infancias.

[7] En muchas ocasiones los recuerdos de una vivencia sexual infantil prematura y traumática son censurados y alejados de la conciencia, por su carácter problemático, a esto se le llama represión. Al cobrar una resignificación se liga a un reproche y ambos son reprimidos. Es necesario resaltar el concepto de represión, y sus consecuencias. Las reacciones sintomáticas que sobrevienen de la represión de dichas vivencias, o de su recuerdo, son un tema de gran relevancia para nuestra clínica del caso por caso.

[8] Lacan, Jacques, El seminario de Jacques Lacan: libro 1: Los escritos técnicos de Freud, Buenos aires: Paidós, 2022, p. 314.

[9] En este mismo apartado Lacan resalta el trabajo de Jean-Paul Sartre sobre el tema de la mirada, particularmente en la segunda parte de El ser y la nada.

[10] Aristóteles, Ética a Nicómaco, Alianza Editorial, Madrid, 2005, p. 17.

[11] Ibídem.

[12] Ibid., p. 150.

[13] Ibid., p. 150-151.

[14] Laje, Agustín, Generación idiota, una crítica al adolescentrismo, Harper Collins, México, 2023, p. 37.

[15]Ibid., p. 26.

Publicado por Mónica Edith González Dávalos

Practicante del psicoanálisis en la ciudad de Guadalajara.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: