Por: Gabriel Chávez
Hablar de ideología es hablar de omisión. Las implicaciones de la omisión no son, como se podría creer por intuición, el no reconocimiento o el olvido, sino por el contrario la plena presencia ante los ojos de aquello que se omite. Lo traumático deviene reprimido en tanto se reconoce que es algo que debe omitirse ante los ojos del sujeto, pero que se encuentra presente no solo en las formaciones del inconsciente formales (vías regias), sino en toda asociación hecha por el sujeto (vías alternas). Pero entonces, ¿cuál es el carácter formal de la relación entre omisión e ideología? Ese carácter es el de la resignificación.
La ideología opera bajo mecanismos objetivos y subjetivos, sin embargo, es su carácter resignificativo lo que la dota de una flexibilidad que reproduce sus condiciones de producción. La resignificación del contenido ideológico debe verse desde la perspectiva freudiana de reelaboración de lo reprimido, como un acto verdaderamente ético que tiene su acontecer cuando lo inconsciente deviene consciente en la situación analítica, cuando se pasa por el proceso esquemático propuesto por Freud de Repetir (reproducción del síntoma), Recordar (el origen traumático del síntoma) y Reelaborar (asumir la posición subjetiva ante el síntoma y hacerse cargo de él). Es solo bajo esta lupa que nos podemos permitir pensar en otro resultado (quizá no tan favorecedor) de esta resignificación del contenido ideológico, y es que la pregunta sería ¿no es acaso la reelaboración una forma de represión? Esto lo podemos ver de dos formas, por un lado como represión por medio de la disociación de afecto (desplazamiento); y por otro lado como represión por medio de la deformación del contenido (condensación). En cualquier caso se cae en una encrucijada que queda planteada como un punto a desarrollar dentro de la clínica psicoanalítica y que nos sirve como anclaje teórico para la relación entre omisión e ideología, la reelaboración es siempre represiva.
Resignificar lo traumático de un contenido ideológico tendría los mismos destinos que los síntomas reelaborados de un paciente dentro de un consultorio, el desplazamiento o la condensación. La ideología tiene la grandilocuencia de redirigirse a sí misma hacia su reproducción, casi como un instinto de autoconservación, cuyas vías son los procesos previamente mencionados. Esto se pone en manifiesto en dos grandes ejemplos, —uno de la cultura popular, y otro de la historia moderna—, Los Simpson y el 9/11.
En el episodio de Los Simpson El limonero de Troya se muestra muy bien el proceso deformativo de un evento traumático «resignificado». En el episodio Bart abre una pequeña venta de limonadas, cuya materia prima es brindada por un majestuoso limonero plantado por el fundador de Springfield. Después de una riña entre los niños de Springfield y los del pueblo vecino, Shelbyville, se descubre que el limonero ha sido robado por la noche. Inicia la epopeya de los niños de Springfield al adentrarse en un pueblo bizarramente similar (pero diferente a la vez) en busca de un símbolo de su orgullo local. Después de muchas situaciones graciosas (a las cuales los guiones nos tenían acostumbrados) se logra retribuir el limonero de vuelta a Springfield con ayuda de los adultos, es con la última escena que cierra el episodio que podemos ver el carácter deformado de un evento traumático; mientras el abuelo Simpson (con una limonada en mano) cuenta la historia de cómo los valientes niños y adultos de Springfield recuperaron el limonero del «malvado» Shelbyville, paralelamente un abuelo de dicha ciudad cuenta (con un jugo de rábano, alimento local del pueblo) cómo los valientes niños y adultos de Shelbyville se lograron deshacer del «malvado» limonero maldito. La deformación del abuelo de Shelbyville puede ser considerada resignificante de un evento traumático, sin embargo, ¿no es acaso una expresión ideológica? El sentido está claro al comprender que ambos toman de un vaso creado con materias primas provenientes de cada lugar (el limonero y los rábanos), es casi como si expresaran una posición fundamentalista al tomar del vaso. Se podría considerar un mecanismo defensivo (por tanto regresivo) en la protección sentiente que brinda una nación, casi como una reafirmación de identidad ante lo traumático de perder dicha identidad en sí misma, que en el presente ejemplo se cristaliza al pensar el limonero como el orgullo, no solo de Springfield, sino también el orgullo de haberlo arrebatado a Shelbyville. En ambos casos los dos pueblos pierden algo invaluable, su identidad. Es por eso que la deformación también se da en el abuelo Simpson, quien exacerba las hazañas de retorno del limonero, mismas que fueron precarias, por decir poco (recordemos que quienes lo retribuyeron siguen llamándose Simpson). Aquí la represión funge como reproductora de la ideología identitaria de cada pueblo, es casi un retorno a sí mismo que se traduce en un fundamentalismo antagónico, entre los buenos (valientes) y los malos.
¿No ocurre lo mismo con las películas en torno al 9/11? Todas ellas siguen una lógica de desplazamiento; no se oculta el hecho de que ambas torres cayeron, sin embargo, las tramas se concentran en aquellos vuelos destinados a estrellarse que nunca llegaron a hacerlo. No solo eso, dichas tramas usualmente ponen a héroes «con los pies en la tierra» que al enterarse de la horrible verdad (el ser utilizados para un ataque terrorista), arriesgan todo y tratan de evitarlo haciendo hazañas de un héroe de acción. Es el ciudadano americano promedio quien es el protagonista, el trabajador padre de familia que por negocios estaba fuera de la ciudad y que al volver se encuentra con el funesto destino que le depara y que con sus últimas consecuencias hace lo necesario para evitarlo, pero no para él (su destino ya está dado, morirá junto con los demás) sino por su nación y su buena gente. Aquí podemos cuestionarnos que se juega dentro de esta expresión ideológica de desplazamiento ¿a qué apelan estas películas? Siguiendo a Lacan entenderíamos que lo que se apela es el ideal del yo como figura simbólica resultado de una identificación introyectada; el ideal del yo es la encarnación del sueño americano, el hombre blanco liberal en favor de las buenas costumbres, del libre mercado y, paradójicamente, de la tolerancia multicultural individualista, es la introyección simbólica que se presenta en los ciudadanos estadounidenses al evocar el 9/11, una regresión expresada en su ilusión por el Gran Otro que es Estados Unidos de América para ellos, justo como los niños al observar la omnipotencia del padre durante el complejo de Edipo.
Entendamos que ambos procesos, tanto el desplazamiento como la condensación, están presentes en toda resignificación-reelaboración, sin embargo existe una doble determinación de preponderancia; en algunas vivencias la preponderancia se dará en el desplazamiento del afecto y en otra la condensación del objeto traumático. Convengamos hasta aquí, que la relación entre omisión e ideología es estructurante, la ideología no podría operar sin ese elemento de omisión que se deriva de la represión de contenidos traumáticos. Ahora bien, ¿por qué es necesaria la represión de contenidos traumáticos dentro de la ideología? Recordemos las palabras iniciales de Marx sobre como la ideología se trataba de un reflejo pálido de la historia real. La ideología es una (im)postura ante lo insoportable de la realidad ¿cómo se podría soportar perder el limonero o la dignidad de que tus enemigos te hayan ganado si no por medio de la ideología? ¿Cómo sería soportable la horrible realidad de la caída de las torres gemelas y lo que ello representa como la castración definitiva del Gran Otro sin filmes que nos muestren que incluso en esa situación era posible posicionar al Otro como omnipotente (porque podrán destruir EEUU, pero no sus ideales)? La única forma de poder comprender (sostener) la historia es, por lo tanto, por medio de la ficcionización ideológica. Es bajo este medio que se llega a la proposición expuesta en el presente título, la ideología no tiene historia.