Por: Víctor Villarreal
Se aprende en psicoanálisis que a veces hay que esperar un tiempo para que la gente pueda entender, entender incluso lo que ellos mismos están diciendo.
Jaques Alain Miller
Podemos hoy mirar cómo al pasar de las generaciones de grupos de analistas seguimos intentando prevalecer en la paradoja del grupo que se instituye bajo un deseo en el que la mayoría de los interesados cree converger. Pues será esto lo que haría tambalear la puesta en juego al querer atravesar una puerta sin soporte y bisagras, donde cada quien cree tener la entrada que ya no le es posible soltar.
Recordemos que el psicoanálisis se instituye a partir de un supuesto saber. Qué sería el círculo de los miércoles sin Freud, ese primer grupo donde se iba para poder saber algo, claro, del maestro, y era la transmisión de ese saber lo que abisagraba al grupo instituyéndolo y dotándolo de estructura para coexistir entre los miembros.
Qué hacemos ahora sumergidos en una única apuesta de lo instituido como agente de «LA» —con mayúsculas—, como ese camino único e inamovible que permee la palabra psicoanalítica como un intento de tomar al grupo a la manera como lo hizo Freud, con reglas que estaban encaminadas a proteger la pureza de su saber y no mirar lo necesario de las disidencias, como en su historia que se desenmarcaron, se releyeron o mutaron tal cual lengua romance, que generó los diferentes idiomas y que así, genera los psicoanálisis y les «psicoanalistes».
Ahora bien, entendemos que en todo grupo existe una individualidad que es representada por la manera en que se posiciona frente a este y las acciones que toma y no por el imaginario que pueda inscribirse en su interés al momento que se reúne o disimula, es por ello que pensando en Pichón Riviere «en tiempos de incertidumbre y desesperanza, es imprescindible gestar proyectos colectivos desde donde planificar la esperanza junto a otros», acaso el análisis también tiene ese imposible del grupo como la no relación sexual de Lacan, sí, pero no por eso se debería de impedir el intento de construir un grupo a partir de una apuesta de lo instituido más que de la institución, aunque esto en un primer momento sea una paradoja.
Sabemos que la institución hoy en día se encuentra en declive, que implica nuevas formas de constitución que antes no se pensaban, pero me detengo en la institución pública donde hay un irreal de su actuar, por mencionar la política donde cada miembro de un partido político cambia de color y bandera según sus beneficios y no la ideología de cada color, la de salud donde solo se accede a su ingreso laboral por medio de ser un familiar y no un currículo de habilidades y destrezas, lo mismo en la mayoría de estas instituciones, que dicho ritual se ha visto como normal y avalado por una cultura de la queja silenciosa y de la fantasía de estar en la posición del padre de la horda que ojalá se les dieran todos los recursos y medios al antojo, no por nada tuvimos una diputada que ganaba alrededor de 50 mil pesos al mes y decía «ese sueldito no me ajusta».
Pensando, entonces, que se desea formar una institución psicoanalítica o ser parte de una institución donde emerja el psicoanálisis, me parece un intento temerario de sostener en piso frágil, por ende la paradoja que plantee antes es una propuesta de pensar lo instituido como la diferencia de analizado y analizando, pues si nos instituimos como grupo bajo un marco que permita la contención de los deseos y el hacer consciente lo inconsciente y el permitir la diferencia entre la singularidad y la necesidad de hablar desde lo grupal y ser allí parte de un engranaje tridimensional para lograr no lo que el Otro demanda si no lo que nos hace mirar hacia un mismo horizonte… por ello a este juego y este escrito lo cierro con el significante… estos nuevos Argonautas.
