Breve escrito sobre lo irrepresentable
Mónica Edith González Dávalos

En el psicoanálisis, y de forma más específica, en la obra de Jacques Lacan, el concepto de «falta» está relacionado con el deseo. Si no se presenta este vacío, esa castración, estaríamos ante la vivencia de puro goce, de un discurso amo en donde nada falta y por consecuencia no hay deseo. En este sentido entendemos la necesidad de la existencia y el reconocimiento de la falta, pues es constitutiva del sujeto.
Pero ¿cómo se da este proceso?, de inicio podemos pensar en una primera vivencia de pérdida, que es el estado inicial de desamparo que el bebé experimenta en la separación con la madre, persistiendo en él, el anhelo inalcanzable de volver a un estado interno de completud.
Freud en Inhibición, síntoma y angustia, nos escribe sobre «el inicial desvalimiento del ser humano», en el que nos encontramos con pocos recursos, es decir, con pocas posibilidades de sobrevivir tanto desde el punto de vista biológico como anímico, por lo que existe la necesidad en el bebé de apelar al otro, señalando al nacimiento como la primera vivencia de soledad y angustia, por consecuencia, la fuente y el modelo del afecto de angustia.
Freud hace hincapié en los diversos peligros relacionados con la pérdida y la separación que son capaces de precipitar una situación traumática en distintas épocas de la vida, incluyendo: el nacimiento, la castración, la pérdida del amor del objeto y la pérdida del objeto en sí. Pero aunque parezca paradójico estas pérdidas son necesarias, le permiten al yo desarrollarse, reconocerse e identificarse, el bebé debe perder a la madre y al padre, que faltan y fallan, dicho de otra manera, se debe atravesar la castración y esta implica el abandono de los deseos edípicos. La falta entonces remite a la pérdida, el deseo se conforma de lo que estuvo y ya no está, de allí parte la búsqueda, por tanto, para poder acceder a los otros y a los objetos estas primeras faltas son necesarias.
Hay sin embargo, posiciones en las que se desmiente o se reniega la castración, esta posición masculina, en donde a pesar del saber no se puede soportar la castración y se busca seguir manteniendo esa posición fálica. Se cree que se puede hacer todo, que se sabe todo, aquí podemos encontrar, por ejemplo, cuadros sintomáticos de lo perverso o de las conductas adictivas.
Las vivencias de pérdida llegan a decirnos que hay dolor, ley, deseos imposibles, que hay muerte, que no hay completud, y en ello recae lo difícil de su asunción. Ante esas vivencias en las que no sabemos qué pasa o por qué pasan las cosas las primeras explicaciones suelen ser míticas, animistas, intuitivas. El mito busca dar explicaciones, es el espacio de significación, que hace de base para que el hombre no caiga en una angustia insoportable y se disipe.
Conocer los mitos de las antiguas sociedades, los mitos actuales, los del prójimo y los individuales nos posibilitan analizar lo que acontece en la vida psíquica inconciente, en Tótem y tabú Freud nos dice que nuestro inconciente se dirige como el hombre primitivo, o podemos decir también que guarda un carácter infantil, el mito en este sentido ha permitido elaborar algo que ocupa ese lugar vacío, dando paso las creencias, costumbres y tradiciones desde aquello irrepresentable en el psiquismo que se anuda al mito para hacer presencia y representación.
Quizá nos encontramos solamente con una excepción, la muerte, las representaciones concientes de la muerte dan cuenta de un destino inevitable, nos dejan dicho que no somos eternos, es por así decirlo una castración, sin embargo, sabemos que la castración se vuelve representable por medio de la experiencia cotidiana de la separación y la pérdida, en cambio, en la muerte hay un resto irrepresentable, es una castración que no se puede representar pues no se ha experimentado antes.
En psicoanálisis se parte de la conciencia de las fallas, de lo que perdemos, de lo insustituible, lo irrepresentable, de lo real. El psicoanálisis no puede dirigirse por la ética del bien, decirle lo que está bien y mal se sale de sus límites; es así como se posiciona al reverso del discurso amo, por tanto no hay universales en el psicoanálisis, se trabaja con una ética de la diferencia, de lo singular, de la inclusión de la otredad. Es por ello que no hay manuales, no hay diagnóstico, no hay un saber. Cada uno de los que llegan a la clínica debe crear su forma de estar allí con la pretensión de que haya un lugar para la subjetividad de cada quien.
El psicoanálisis no olvida la muerte, pero hace de ella algo hermoso, un acto creador, pues la falta del ser es la causa por la cual el ser existe. Se deja, en este sentido, que llegue la angustia del ser, mientras se hace movilidad con el lenguaje, el que se analiza trabaja, se esfuerza, paga, se enfrenta a su verdad y crea desde ella.
Freud, Sigmund, Inhibición, síntoma y angustia, Obras completas, Amorrortu editores, volumen XX, Buenos Aires, Argentina, 1992.
Freud, Sigmund, Tótem y Tabú, Obras completas, Amorrortu editores, volumen XIII, Buenos Aires, Argentina, 1991.