Por: Gabriel Chávez, Luisa Aurora Ochoa, Hugo Aguilar.
…Sucedió simplemente que el objeto real había sido confundido con el objeto teórico, es decir que la fascinación por el objeto había actuado como obstáculo epistemológico.
Braunstein, N. (1980). Hacia una teoría del sujeto en Psiquiatría, teoría del sujeto, psicoanálisis (hacia Lacan), Siglo Veintiuno, México, pp.85.
I. Introducción
Braunstein nunca cedió. Toda su obra se ve permeada por una pasión (por lo real sustractivo) por la enseñanza del psicoanálisis y su constante desarrollo como campo científico. La actualidad nos dicta la impronta de hacer del psicoanálisis un objeto, pero como bien advierte Braunstein, es la confusión por el objeto la que nos ha puesto en un atolladero.
No hablaré del evidente estado paupérrimo en el que se encuentra el psicoanálisis dentro de la lucha política por la hegemonía científica, en donde ni siquiera figura (siempre en su lugar de pseudociencia). El problema es más grave que lo que se nos muestra ante los ojos, y ¿no es precisamente el objeto aquello que se muestra ante los ojos del sujeto? Es la responsabilidad de quienes practicamos y producimos el psicoanálisis de mantener fértil el campo de desarrollo teórico que Freud inauguró, sin embargo, nos encontramos perpetuamente en una Versagung que se expresa por una fascinación por el objeto, en un Fort-Da que no permite la resolución de la ausencia, una ausencia teórica.
Esto se expresa en una multiplicidad de formas, pero la más evidente es la repetición sintomática de «lo ya dicho». Con esto no solo se hace referencia a la evidente falta de desarrollo teórico de los conceptos propios del psicoanálisis, sino a la noción misma de «lo dicho» como estructurante del discurso que despliega una cartografía para comprender lo no dicho. Es de vital importancia esta crítica, puesto que de ella se desprenden las formas posmodernas de prácticas terapéuticas «discursivas» (o narrativas). He ahí la fascinación por el objeto real, «lo dicho».
El retorno a Freud no debería entenderse como «leer a Freud a través de lo ya dicho», como a menudo se piensa que era la intención de Lacan y sus múltiples diálogos con otras disciplinas, sino leerlo en aquello que no dijo, con una lectura symptomale. Es esta inversión la que permite comprender la necesidad tardía de Lacan de diferenciar el lenguaje de lalengua como estructura del inconsciente.
Lo no dicho es aquello que estructura lo dicho. Es el objeto teórico (siempre en construcción) el que estructura y constituye el objeto «real» (entendámoslo por lo que es, imaginario). Esta oposición entre el objeto científico y el objeto ideológico es la que nos deja dilucidar el lugar estructural propio del objeto, el lugar de la negatividad, una negatividad sobredeterminada nachtraglich.
II. División (técnica) del objeto.
El objeto siempre es retornado, una vuelta atrás en busca de lo faltante, de su propia remiscencia proyectada en los ojos del sujeto, un devenir objeto de deleite en su incompletud e incoherencia, una pieza de un fin en su propio inicio. El objeto es pues el sostén, aquello que da plataforma, que da suelo, materialidad; sin embargo, y siguiendo la lógica del sostén, este siempre oculta un otro rostro de aquello que se sostiene; nos es inevitable pensar en la imagen del niñe kleiniano cuya estructuración no solo depende de la presencia/ausencia de su madre (sea simbólica o real) sino también del objeto parcial introyectado y posibilitado del seno materno. Aquí entramos en la dualidad adentro-afuera de la presencia-ausencia del seno materno, puesto que no existiría uno sin el otro, es decir, el seno «bueno» que alimenta en su desnudez al niñe solo es posible en la medida de que exista el seno «malo» oculto por el sostén de la ropa, una barrera material (simbólica e imaginaria) que delimita la pulsión del niñe y por tanto su propia existencia lingüística. No es que el objeto lo sea todo, sino que no es ni uno ni lo otro, solo es posible pensarlo en su relación.
Es esta característica la que nos brinda una vía de reflexión para pensar en la emergencia del objeto en sus dos acepciones; por un lado, eso que habla de su inicio y por otro eso que nos apresura a su fin. Así es como la vida cognoscente se (re)vuelve una búsqueda incesante por el objeto, en su inicio se encuentra su fin, y en su fin inevitablemente se encontrará su inicio. Este retorno no es lineal, no es que el inicio sea anterior al fin o viceversa, es la propia tensión entre el origen y la realización del objeto lo que extiende la linealidad lógica de la subsecuencia; Freud ya había anticipado esta problemática ideológica en el entendimiento de su «historia de la pulsión». Para Freud era problemático entender los estadios de la sexualidad infantil en términos de secuencia, de linealidad cronológica. Si bien su exposición textual da a entender lo contrario, los propios mecanismos metapsicológicos que introduce a propósito de las psiconeurosis rinden cuentas de su potencialidad teórica. Freud entiende que las zonas erógenas no se abandonan, no se pierde la estimulación pulsional del cuerpo parcializado en favor del desarrollo genital, es la propia parcialización del cuerpo lo que posibilita la emergencia de la sexualidad genital. Estos desplazamientos de la pulsión de la boca, al ano, a los genitales y de vuelta son los que generan pequeñas unidades a las que la pulsión (¿o el sujeto?) se niega a renunciar, son estos objetos proyectados sobre el cuerpo lo que sostiene la sexualidad adulta. He aquí la auténtica impotencia del falo y el mito ideológico de la Ley, es insostenible en la medida de que no existan los objetos parciales que posibiliten su preponderancia estructural. Si seguimos a Freud al pie de la letra y entendemos «la historia de la pulsión» como «la historia de la economía pulsional», entonces es perfectamente justificable equiparar las tópicas freudianas con los niveles estructurales de un modo de producción dado.
Encontramos el nivel económico, el nivel jurídico y el nivel ideológico. Uno responde a los desplazamientos pulsionales de los objetos parciales proyectados en el cuerpo, otro a los principios bajo los que se rigen dichos desplazamientos y el último a las instancias de circulación y consumo de los objetos parciales proyectados. Si recordamos las enseñanzas de Marx (y posteriormente de Althusser y Balibar), esta división de los mecanismos metapsicológicos nos habla de una transición de un modo de producción pulsional a otro, precisamente en la medida en que entendemos que estos cortes (zonas) reproducen la pulsión en tanto objetos parciales. Es así que la lectura sobre periodización de los estadios sexuales del desarrollo se desmorona y revela su carácter ideológico (cuyo sentido solo se encuentra determinado por el nivel de desarrollo yoico del sujeto).
Ahora, la preponderancia estructural en tanto determinante entre los tres niveles, siempre dependerá del momento histórico, en el sentido de la historia de la pulsión, el modo de articulación de los desplazamientos proyectados determinará los principios que delimiten las instancias de circulación y consumo. La importancia del Edipo no radica en su narrativa mitológica idelogizante, sino en su materialidad expresada en el complejo de castración que permite la circulación de la pulsión entre la realidad y el placer. De ahí que ciertos significantes/imágenes sean propensos a libidinizarse de forma preponderante en ciertas formaciones sociales con condiciones históricas dadas; Ya lo decía Marx «El obrero ingles necesita cerveza, mientras que el francés necesita vino».
Esta caracterización de la historia de la pulsión nos permite pensar en cómo el objeto parcial se forma a través de una condicionante sobredeterminada, en como los desplazamientos de la pulsión no son lineales sino axiales, en la medida en que estos desplazamientos tendrán un destino ya creado especularmente por la presencia de Otro.
La economía libidinal nos deja entrever que la ausencia de objeto, como ya nos decía Freud en los tres ensayos, es la condicionante para la apertura de la parcialización del cuerpo en zonas que permitan la descarga y posterior aprehensión de la pulsión. Los objetos parciales libidinizados en representaciones que permitan el consumo y circulación de la pulsión son lo que devendrán sujeto en la medida de su organización estructural que responda a las condiciones históricas dadas.
La división técnica de los objetos es lo que permite que por un lado se encuentre la pulsión y por otro su excedente traducido en goce. La sobrexcitación de una zona corporal-parcial se da por la determinante pulsional de dicha zona (fijaciones), que a su vez se verá satisfecha o realizada (realidad-sueño) por medio de representaciones ideológicas que respondan a la fuerza pulsional dada, y que su excedente al final del proceso se traducirá en la substancia-goce que, a su vez, servirá como anclaje estructural de un proceso de reproducción de las condiciones de producción ¿no es acaso este esquema el propio de un modo de producción dado? Más allá ¿no es el resultado, la sustracción del plusvalor un síntoma especifico de la economía capitalista? Esto genera la noción de dos objetos que se juegan en dicho proceso de producción que culmina en el exceso-goce, puesto que la pulsión al ser trabajada por medio de los desplazamientos hacia los circuitos de consumo, deviene digerida con una cierta sustancia ideológica que se ubica en el material del que están hechas las representaciones de consumo en sí, el objeto que fue y el objeto que es.