Homenaje a mi madre
Por: Areli Gutiérrez

En el libro Las manos de la madre de Massimo Recalcati, menciona que en cada embarazo la futura madre se enfrenta al fantasma de su propia madre. En esta ocasión quiero escribir de este linaje transmitido y convertido en fantasma partiendo de la historia familiar materna, a manera de un humilde homenaje a mi madre.
Comienzo contestando o intentando contestar las dudas que se suscitan con su partida, el vacío nos empuja a dar sentido a la ausencia, la creación viene de ese lugar doloroso, al final es la falta que convoca al acto.
Comienzo desde este lugar que me interrogo continuamente, somos recibidos, –tomados –libinizados con las manos de la madre, venimos al mundo con el azar inconsciente de esa madre que nos sostiene brindando sí o no el ser sostenidos en el amor y el deseo, dando paso a la posibilidad de sentido por la vida.
La subjetividad, el yo, se juega, deviene de ese lugar, conlleva la mirada amorosa, la palabra dulce, los cantos de cuna que tranquilizan, las sonrisa de mamá, los olores a canela o sopa caliente que nos hacen sentir en casa (lugar de pertenencia); considero que las manos de la madre son una parte igual de importante, pues, abren el camino sostenido por ellas, las manos que curaron los raspones, pusieron manteca con sal en los chipotes o en el estómago inflamado, que secaron las lágrimas de niños y aún de adultos, acariciaron heridas quedando cicatrices con el recuerdo de su tocamiento. Estos recuerdos me vienen de mamá.
Mi mamá sabía dar eso a pesar de la situación triste de dónde provenía, de un parto no logrado, si se puede decir así, mi abuela sufrió una hemorragia durante el parto, se desangró y murió. En los pueblos como muchos sabrán las mujeres parían ayudadas por la madre, las tías o la partera del pueblo y lamentablemente muchas mujeres morían en el intento.
Mis interrogantes vienen de ese lugar ¿cómo hizo mi mamá sin mamá para crecer? ¿Cómo pudo brindarme eso que ella no tuvo? Tal vez bastó ese único tocamiento, el instante que vivió al nacer mi madre con mi abuela, o tal vez le habló, habló durante esos largos meses en el vientre, tal vez escuchó lo mucho que la amaba y deseaba antes de nacer, tal vez le cantó canciones de cuna por horas en las noches, tal vez la acarició y mandó bendiciones cada que tocaba su pancita, tal vez, tal vez… De algún lugar tiene que venir eso que mi madre me transmitió.
En mi memoria no tengo ningún recuerdo donde la perciba triste o lamentándose por haber quedado en estado de orfandad, es como si ella hubiera obtenido todo lo que necesitaba para ser mujer-mamá en el lamentable corto plazo con mi abuela.
Su peculiar manera de ser, rebelde, viene (creo) de esta infancia un tanto diferente, se situaba fuera de dogmas religiosos, la desconfianza en la política siempre existió, así como su nula concepción de prejuicios morales en el «debe ser», usó píldoras anticonceptivas pensando en lo que era mejor para ella aun con los juicios descalificativos de pecado mortal, pues se consideraban «abortivas», por otra parte sus cánones de belleza iban de igual forma vistos a su manera, su cabello siempre corto (sabía que su feminidad venia de otro lugar), se rio a carcajadas de los momentos difíciles y trabajó duro para que no faltara nada en casa. ¿De dónde provenía su fuerza para enfrentar y contradecir lo establecido?, me resultaban tan especiales sus conductas, la sabía diferente y me daba orgullo verla sin igual.
A 3 años de su partida vuelvo a escribir, escribir sobre su muerte es lo que me mueve las manos en el teclado, mis manos, que sostuvieron las suyas antes de irse. Desde ese lugar quiero escribir ahora, desde el lugar de mi falta, donde me quedé ese día 17 de enero, quiero retomar la movilidad. Nos quedamos quietas desde entonces, sus manos y las mías, paralizadas. Es sorprendente la forma en que responde el cuerpo cuando es tocado de forma significativa por la gente que amamos.
El 16 de enero la enfermera llamó a mi hermana diciendo «su mamá se ve mal», y a mí me llegó el mensaje de mi hermana diciéndome « mi mamá despertó mal». Entonces fuimos rápido hacia allá, recuerdo que el miedo recorrió mi cuerpo en segundos, sentíamos la gravedad de la situación. Llegó la ambulancia y nos comentaron «no hay mucho que hacer, entubarla seria riesgoso, recomendamos oxígeno…» había entrado en fase terminal así nada más, días antes (semanas) ya había dejado de comer, la diabetes debilito en los últimos años su cuerpo. Se recomendó oxígeno y se colocó al instante.
A partir de ese momento no nos separamos de ti, mamá, ya no hablabas solo tenía tus ojos abiertos sabías que era el final, no vi miedo en tu mirada, vi ternura, amor, una miraba como de niña pequeña en desamparo tal vez esa que nunca observe porque venía de tu infancia, yo te sostenía en todo momento las manos, tu respondías como abrazándolas, las curveabas y con fuerza sentía su tibieza.
Poco a poco fueron llegando personas a despedirse de ti, yo las veía entrar desencajadas, llegaban con un rostro de susto, de impacto, buscándote desde la entrada al cruzar la puerta, de repente soltaban el llanto, al verte así en cama, su rostro perturbado con dolor profundo, empezaban a despedirse de ti, te agradecían lo mucho que hiciste por ellas, hablaban de momentos pasados que yo no conocía, estuve de espectadora conociendo más de ti desde esas personas que marcaste, ingenuamente pensé que solo había sido a mí, que solo yo era la que tenía tanto que agradecer y recordar, que solo yo sufría y sentía tu perdida.
Se fueron yendo uno a uno, llegó el segundo día, ya no abriste tus ojos solo oías, mi hermana te pone la canción que te gustaba de Cuco Sánchez, Nuestro gran amor. De repente recibes la llamada de mi hermano, sueltas unas lágrimas ya sin abrir tus ojitos, él dice «ya voy para allá mamá ya tengo el boleto de avión.» Cuelga y sale mi hermana de la habitación, yo sigo sosteniendo tus manos, veía cada vez menos el aire en la máscara de oxígeno, llegó el momento, solo exhalas un poco de aire por tu boca, cada vez menos desde la llamada de mi hermano, de repente a las 11:45 am, te habías ido de forma tranquila serena en un soplo dulce y sin retorno, te abracé sin saber qué hacer, solo tenía esa imagen en mi cabeza, tu ultimo soplo, tú y yo como en el inicio pero ahora en el final, tomadas de las manos.
Me pregunto hoy en día ¿qué queda de la madre? Tu presencia infinita y silenciosa en mí, tu mirada dulce y cristalina, tus manos tocando las mías.
Gracias por todo mamá, por tocarme el alma.
«Ojala que cuando me llegue el día alguien me sostenga en su cariño,
Me perpetué a través del afecto, sería la prueba más honda de que
no habré vivido en vano».
Julio Cortázar.