Dios como… poema

Hic clavis, alias porta (La clave es aquí, la puerta en otro lugar), 1871. Pluma, tinta, grafito, carbón. Victor Hugo

Por: J. Ignacio Mancilla

Dios era el nombre claramente no-nombrable

de una seguridad convencida de que no

podía dejar de ser no-nombrable y no-presentable.

Jean-Luc Nancy.

El año de 2013, como una edición especial con motivo del 80 aniversario de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) y a la vez como un doble homenaje: a Alfonso Reyes en su faceta de traductor y a Tomás Segovia por confirmar que la traducción es un arte, se publica la versión póstuma de un prodigio de poema escrito por Victor Hugo: Dios; la edición es bilingüe y se la debemos a un también excelso poeta y traductor, el ya mencionado Tomás Segovia (quien trasladó al español los famosos Escritos de Jacques Lacan (editados por Siglo XXI Editores)).

Bien, en el presente texto voy a dejar que dicho poema se ocupe de mí y lo hago para L-a Causa del Psicoanálisis, ya que me tocó publicar nada más y nada menos que el 24 de diciembre; fecha en la que conmemoramos al Crucificado, para decirlo en los términos de Friedrich Nietzsche, el más conocido anunciador de la muerte de Dios.

El poema es una desmesura y un portento, por lo que aquí no haré otra cosa, apenas, que incitar a las lectoras y lectores de esta querida Revista y página web a que lean, relean y disfruten algo del orden de lo divino hecho letras, gracias a la pluma de Victor Hugo.

El poema está dividido en tres grandes apartados:

I Ascensión en las tinieblas que se subdivide en dos: I El espíritu humano y II Las voces.

II Dios que se desdobla en ocho: I El murciélago, II El búho, III El cuervo, IV El buitre, V El águila, VI El grifo, VII El ángel y VIII La luz.

III El día.

Está precedido de una especie de Presentación, Dios, Tomás y la falta; firmada por Minerva Margarita Villarreal y un cierto Prólogo, A la caza de una sombra, firmado por Rafael Argullol.

De la primera, destaco el significante falta con el que Margarita hace un puente entre el poema de Victor Hugo y la teoría de Lacan; para anudarla con el propio Tomás Segovia.

De ahí que el cierre de la Presentación diga así:

La circunstancia de esta edición ilustra proverbialmente sobre la obra de Tomás, porque hasta el final de sus días, y estamos ahora ante un libro póstumo, la falta, como bien nos trasmite Lacan —recordemos que hablamos de su traductor—, se hizo presente como señal para confirmar que Dios mismo se manifiesta así, desde la ausencia, y que la vida no sería posible, en definitiva, sin la presencia de la falta, que nos hace reparar y seguir (pp. 13-14).

Y del segundo resalto el esfuerzo sobrehumano e imposible de Hugo por darle caza a Dios, ya que, según el filósofo español, hacerlo sería cazarnos a nosotros mismos, en tanto nosotros somos el «enigma de Dios»; pero cito el cierre de tan estupendo Prólogo:

El lector que se aventura en Dios no deja de sentir la fuerza, el tormento, el goce, el agotamiento que debió experimentar Victor Hugo durante los largos años de gestación del poema. No deja de participar en esa batalla campal en la que el hombre pone en marcha todos sus resortes intelectuales para ir a la caza de Dios. No deja de admirar el descomunal esfuerzo poético por expresar esa epopeya imposible. Y, al final, el lector no puede sustraerse a una honda melancolía pues, también él exhausto, debe reconocer una vez más que el enigma se resiste y que, por más que corramos el velo que lo cubre, se resistirá siempre. Porque el enigma de Dios somos nosotros, los hombres (pp. 23-24).

Rossette. Pluma y tinta sobre papel. Victor Hugo, 1856.

Por supuesto que toda tentativa de presentar el poema de Dios de Victor Hugo, necesariamente terminará en un rotundo fracaso y… ¿cómo puede ser de otra manera?

Es por lo que he optado, de la mejor manera según mis limitadas capacidades, por citar pequeños fragmentos —y de vez en cuando largos trozos— de diversos lugares del enorme poema para, de ese modo, incitarlas e incitarlos, amables seguidores de L-a Causa del Psicoanálisis, a que ustedes mismos recorran con su vista o con su voz —o con las dos cosas— el prodigio de la poética de Victor Hugo elevado a tal grado de sublimidad; de tal forma que me permite decir que Dios es un poema.

Y que ese acto sublime, como pocos, se lo debemos al gran Victor Hugo.

De modo que, va pues, esta mi arbitraria selección de fragmentos para hacerles sentir y oír la elevación de un espíritu que con Victor Hugo, más que nunca, podemos decir, con Nietzsche, que fue (es) humano, demasiado humano.

Doy comienzo con la apertura misma del poema:

Y veía, a lo lejos, arriba, un punto negro (p. 30). 

Para continuar, ya entrando en la forma y la materia del poema con Las voces, que a la letra dicen:

—Si no ves nada, niega, y duda si ves algo,

dijo Crates. Zenón, y Gorgias, y Pitágoras,

Plauto y Séneca dicen: Si ves, sigue negando.

—He aquí el objeto —dice Bacon—, el cuerpo, el hecho,

el ser. Quedaos con eso, pues fuera todo tiembla.

¿Qué mundo es este? —dijo Tales. Y Apolodoro

ha dicho: es solo noche que la ceniza adora.

Y Demonax de Chipre, Epicarno de Cos,

Pirrón, el gran errante por montes y por ecos,

 contestaron: Todo es fantasma, nada es tipo.

Todo es larva. —Y es humo— les replicó Aristipo.

—¡Sueño!— nos dijo Sergio, aquel sirio fatal.

—El encuentro del átomo con el átomo: nada.

 Esas negras palabras las arrojó Demócrito (p. 71).

Como pueden ver, leer y escuchar y sentir, amables lectoras y lectores: estamos ante una dimensión de las letras que nos hacen temblar.

Si en esto que apenas es la entrada de este texto surgen dudas, es normal, pero sigamos con nuestra incitación, más que confrontación, a que recorran con su propia vista y sentidos el todo del poema de Victor Hugo.

Ya muy adentrados en el poema, volvemos a leer sobre el punto negro; así en El ángel, leemos a la letra:

Y sobre mi cabeza observé un punto negro,

y el punto parecía una mosca en la sombra.

La noche, tras de mí, cual repulsivo escombro,

se hundía, y hacia el punto lejano, vago y vivo,

yo volé, penetrando más y más adelante

por el azul, dorado por una extraña alba;

y esa mosca era un ángel (p. 433).

Dos fragmentos más antes de dar por terminado este texto incitativo y aproximativo, apenas, que no quiere quitarles el gusto de que sean ustedes mismos, los que se deleiten con estas prodigiosas letras hechas poema, como Dios.

Repitiendo lo del punto negro, una repetición creativa, como la de la vida misma, podemos leer:

Y sobre mi cabeza observé un punto negro,

y el punto parecía una mosca en la sombra.

Como un retoño verde sale de un surco oscuro,

de la hondura salía una luz cegadora.

Yo me precipité hacia el punto creciente,

más veloz que los pájaros que vuelan de las ramas;

el punto era una luz, y con dos alas blancas,

y que me pareció, cuando lo vislumbré,

de tanto que irradiaba el cielo encima, oscura.

La claridad decía:

                              No hay izquierda y derecha;

no hay arriba y abajo; no hay espada que siegue;

no hay trono que en la sombra lance un vago relámpago;

 no hay mañana, no hay hoy, ni tampoco hay ayer;

no hay hora que ante el tiempo rapaz tiemble;

no hay tiempo; no hay aquí; no hay allá; no hay espacio;

no hay alba y no hay crepúsculo; no hay tiara que despliegue

en su tremenda cúspide el astro por carbúnculo;

no hay balanza, no hay cetro; y no hay tampoco globo;

no hay un Satán oculto en los pliegues del manto;

no hay manto; no un alma que esté a mano; no hay manos.

Y venganza, justicia, perdón, vocablo de hombres.

Sea quien seas, oye: Él es (563/565).

Y ya para ir cerrando sin cerrar, iré al último fragmento; no citaré el final del poema, para que no se inhiba su anhelo de ir, por cuenta propia, al texto de Victor Hugo; para que de ese modo puedan deleitarse —¡y vaya de qué forma!— con las letras de tan magnífico poema.

Es para disfrutarse, en el sentido estético y espiritual, sobre todo en estas fechas en las que se nos quiere hacer creer que todo se trata de consumir.

Un servidor los invita a otro consumo, el de las letras poéticas, y particularmente el de estas letras, que son —en sí mismas— una desmesura; pero que han logrado plasmar algo de la grandeza humana, como contraste pleno a su bajeza; que también nos habita, por supuesto; ¿puede ser de otra manera?

Así, sin cerrar del todo el poema y el presente texto, de repente el punto negro se transforma y Victor Hugo escribe:

Y el punto tomó pronto la forma de un sudario.

Sus largos pliegues daban un fuerte olor a osario,

y se sentía, bajo el trapo odioso y lívido,

algún negro ser, de esos que la noche se calla.

De esa mortaja había salido aquella risa

que tres veces me había turbado hasta el delirio.

Sin que el ser lo dijera, lo comprendí. Mi sangre

se heló; me estremecí.

                                   El ser habló:

                                                             Viajero,

escucha. Tú no has visto hasta aquí sino sueños,

sino vagos fulgores flotando sobre engaños,

sino aspectos confusos que pasan con los vientos

o tiemblan en la noche para vosotros, vivos.

Pero ¿quieres ahora con fuerte voluntad,

entrar en lo infinito por la puerta que sea?

Lo que el hombre dormido puede saber, lo sabes.

Pero ¿encuentras, espíritu, que con eso no basta?

Tus ojos, de una sombra a otra, de un plano a otro,

vieron más horizonte… ¿quieres más todavía?

¿Quieres, rompiendo el triste y tenebroso hilo,

volar en la verdad como siniestro pájaro?

¿Quieres detrás de ti dejar esos escombros,

tiempo, espacio, y, huraño, salir del gris ramaje?

¿Quieres, responde, ir más lejos que fue Amón

y más allá que Esdras y que Elías, allende,

los profetas absortos, los blancos cenobitas,

a hendir la sombra, alzado por unas alas súbitas?

Oh sembrador del surco nebuloso, labriego,

perdido entre los humos terribles del error,

frente sobre quien cae un tumulto de sueños,

dudas, sistemas vanos, luchas sin tregua, espantos,

¿te complace saber cómo se desvanece

en una adoración toda esta áspera noche?

¿Deseas, flecha trémula, llegar por fin al blanco?

¿Quieres tocar la meta, divisar lo invisible,

lo ideal, lo innombrado, lo real, lo inaudito?

¿Comprender, descifrar, leer? ¿Quedar cegado?

¿Quieres cernirte encima de la oscura natura?

¿Deseas en la luz inconcebible y pura

tus ojos, que entorpece la horrenda sombra, abrir?

¿Quieres eso? Responde […] (pp. 601/603).

He aquí, pues, mi invitación y mi incitación a que vivan de otro modo esta navidad.

Dios es un poema; no es comercio (¿se acuerdan cómo Jesús sacó del Templo a los mercaderes?), por muy idolatrado que tengamos el dinero en la sociedad actual.

Pero… cada quién es…

Por lo pronto este texto es mi qué…

Y seguiré con él, mientras pueda, adelante, en mi intento de… ser… en mi perecer.

Ya que, finalmente, Dios es, también, falta.

¡Felices fiestas!   

Guadalajara Jalisco, colonia Morelos, a 24 de diciembre de 2021.

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