Por: Gabriel Chávez
Si Lacan fue el «relector» de Freud, Althusser es entonces el «relector» de Marx. La continuación del trabajo teórico de Marx se ve plasmada en casi toda la obra de Althusser, pero ésta no alcanza puntos críticos hasta Para leer el Capital en donde su análisis epistemológico lo guía hasta la raíz del problema con el marxismo de su tiempo (que dicho sea de paso, sigue siendo vigente), un problema por entero ideológico, esta realización es lo que lleva a Althusser a iniciar su trabajo exhaustivo de colocar en coordenadas el papel de la superestructura ideológica en el funcionamiento del modo de producción capitalista, que a su vez lo llevan a escribir un ensayo provisorio titulado Aparatos ideológicos del estado en donde describe con destreza un mecanismo del organismo «Estado nación» hasta entonces invisible. Lo que para Gramsci es «Hegemonía» en función de un dominio ideal, en Althusser adquiere un cuerpo en función de un dominio material, el concepto de «Aparato» lo respalda, no es fortuito. La hegemonía pasa a tener un cuerpo, una suerte de materialidad que ocupa un lugar privilegiado en el modo de producción capitalista, y es que esta solo puede estar asegurada en tanto se reproduce en aparatos ideológicos del estado.
La teoría de los aparatos ideológicos del estado esbozada por Althusser fue continuada por dos de sus pupilos que la reinterpretaron a través de una visión menos ortodoxa, y es que las nociones de «Discurso», «Institución» o «Performatividad», presentes en Foucault y Derrida no son gratuitas, se presentan como modos de función de los aparatos ideológicos del estado. Pero ¿qué son los aparatos ideológicos del estado? Estos se presentan como una realidad social que ejerce un papel vital en la reproducción de las condiciones de producción de un sistema económico dado, la antigua literatura solo había localizado a la superestructura jurídica como ese afiance estructural que procuraba por medio de «leyes» las condiciones adecuadas para la reproducción de un sistema productivo, a saber, existían extensos trabajos sobre la importancia de la función del salario como unidad de transacción de la fuerza productiva del obrero por bienes materiales que procuraban el restablecimiento de la misma. Este enfoque económico-jurídico rendía cuentas de la reproducción del sistema capitalista de acumulación, sin embargo, autores como Gramsci o aquellos de la escuela de Frankfurt comprendieron que se necesitaba de un contrapunto de la figura paternalista del «Estado», es de ahí la pertinencia la diferenciación inicial entre lo público y lo privado, entre lo jurídico y lo ideológico. Esta dicotomía inicial fue lo que posibilito la problematización de Althusser a propósito de la superestructura ideológica, y haciendo uso magistral de la teoría marxista y la teoría freudiana, logró encontrar el punto de inflexión entre lo público y lo privado, entre lo objetivo y lo subjetivo. Este espacio común es claro tanto en Marx como en Freud; en Marx la noción de espíritu humano responde a una suerte de expresión idiosincrática que posibilita la representación del mundo a través del trabajo; en Freud la fantasía funge como un espacio de posibilidad de existencia de toda representación pulsional habida y por haber sin responder a la represión ipso facto. Es pues el terreno de lo imaginario, de lo verdaderamente intersubjetivo, entre lo público y lo privado, donde opera la ideología. Althusser distingue tres formas de reproducción de las condiciones de producción; la de los medios de producción que responde a una necesidad enteramente técnica-tecnológica, la de la fuerza de trabajo que responde a una necesidad jurídica que se expresa en el salario como equivalente en dinero del valor del trabajo, y que posibilita que el obrero perpetúe su vida y la de los suyos y la de las relaciones de producción que responde a una necesidad ideológica que distingue las funciones ejercidas por un obrero y las ejercidas por un capitalista. Son estas últimas las que guían el análisis de Althusser, pues sin este elemento no se podría sostener ningún sistema económico, es ese dominio del espíritu humano lo que hace que exista en un primer momento la llamada división técnica del trabajo guiada por la lucha de clases. Estas tres formas de reproducción se presentan como nodos estructurales dentro del todo marxista a modo de trifecta entre lo auténticamente económico (lo técnico-tecnológico), lo jurídico (el contrato expresado en el salario) y lo ideológico (el proceso de sujeción). Bajo esta trifecta es que emerge la entidad del estado como regulador del funcionamiento del todo social, muy similar en conceptualización al Yo freudiano, que sería importante abordar más en esta comparativa. Si el Yo en Freud es el mediador que posibilita la catexia pulsional en representaciones más o menos acordes bajo la visión de los dos principios (de realidad y de placer), el estado en Marx (y por extensión, en Althusser) es el mediador que posibilita la reproducción de las condiciones de producción de un sistema económico dado. Es por demás obvio decir que estos dos conceptos no se concatenan a una suerte de modelo ideal de sí mismos, es decir, que sus características permanezcan intactas dentro de la corriente del devenir temporal; claro que tanto el Yo como el estado han tenido diferentes encarnaciones a lo largo de la historia, lo vimos claramente con las diferencias estructurales entre el Yo cartesiano y el Yo freudiano, lo mismo se ha asegurado del estado con anterioridad, no hace falta más que leer el volumen uno de El Capital. Este emparejamiento no es gratuito, la relación entre el Yo y el estado va más allá de la mera coincidencia teórica, y es que lo que posibilita la función estatal a un nivel macrosocial es la germinación individualizada de sus características estructurales a un nivel microsocial ¿no es acaso el Superyo en psicoanálisis una introyección de leyes culturales? ¿De dónde provienen esas leyes si no de un órgano regularizador externo como el estado? Analicemos brevemente un ejemplo claro ya estudiado por Freud, el incesto. En Tótem y Tabú Freud llega a la conclusión de que el origen de la prohibición del incesto viene dado por un trauma primigenio desde dentro de la organización social familiar representado en la figura prototípica del asesinato paterno (y es que ¿no es acaso el incesto el asesinato simbólico de la figura paterna?), una tesis radicalmente opuesta a las explicaciones bioantropológicas de su época, que la mayoría se concentraba en la prohibición del instinto como un mecanismo natural de preservación de la especie (evitando el nacimiento de productos defectuosos genéticamente), Freud coloca el acento no en la cuestión instintiva, de la necesidad, sino en la cuestión electiva, del deseo. Este gran parte aguas nos presenta en estado puro la relación entre el Yo y el estado, nos muestra cómo un hecho social deviene individual en harás de reproducirse a sí mismo. El funcionamiento de las leyes se rige por esta directriz dialéctica, en donde todo el tiempo el estado está presente en el sujeto por medio de su Yo, de esa relación de conciliación que permite el contacto optimo con la realidad social circundante. No habría estado sin un Yo que lo sostenga, al igual que no habría un Yo sin un estado que lo posibilite. Es esta la verdadera importancia del estado-nación, una importancia de función enteramente de consistencia que posibilita que el todo social no se desintegre; Althusser va un paso más allá y propone una anatomía específica del estado que permite la distinción de dos realidades necesarias para la emergencia del sujeto; una realidad simbólica y otra imaginaria proyectada sobre una realidad Real. Esta traducción anatómica se reduce a dos conceptos, uno acuñado por los marxistas clásicos y otro por el mismo Althusser, y es que el estado se puede dividir en dos aparatos; el aparato represivo del estado y los aparatos ideológicos del estado. Habrá que hacer una acotación teórica necesaria, y es que por un lado se habla en singular y por otro en plural ¿cómo explicar esta diferencia anatómica que en un primer momento no tiene menester de ser? La respuesta es simple mas no sencilla; por un lado tenemos la singularidad que representa el mecanismo represivo del estado que responde a un funcionamiento simbólico en su estructura, este opera dentro de las coordenadas de lo simbólico en el sujeto, porque incluso cuando hay una intervención represiva por parte del estado (sea policía o ejercito) sobre el cuerpo del sujeto, está siempre se encuentra atravesada y motivada simbólicamente, con un ulterior propósito de que aquello signifique algo, las balas y los golpes no son lo único que impacta el cuerpo del sujeto bajo la represión del estado, también son las palabras que hablan de esas balas y esos golpes, de ahí que este funcionamiento se oriente a una sola unidad mecánica, una unidad lingüística por entero entre significado-significante. Lo anterior no es aplicable, sin embargo, a la multiplicidad de los aparatos ideológicos del estado que responden a un funcionamiento por entero imaginario, en donde se opera bajo las coordenadas de la fantasía. Si algo nos dejó la enseñanza de Freud y Lacan es la plasticidad del funcionamiento imaginario, en donde el mecanismo de proliferación posibilita la creación de representaciones infinitas en donde la pulsión pueda ser (o se intente ser) satisfecha ¿no sucede acaso eso mismo con los diferentes aparatos ideológicos? Si uno no cumple con los criterios idiosincráticos de un sujeto (si no satisface su visión del mundo), no hay mayor problema que investirse en uno que si lo haga, es por eso que se dice que cuando se pierde la fe en la justicia, se gana la fe en Dios. Una vez aclarada esta problemática podemos pasar al análisis de cada aparato que conforma al estado.
El estado, en su aseveración estructural con el Yo freudiano, presenta una dupla funcional de mecanismos que permiten su ulterior reproducción bajo un sistema económico dado; a saber que las enseñanzas de Freud nos dejaron la vital importancia de la represión como mecanismo regulador del sujeto, que permite la presencia de un Yo consciente, circundado por mecanismos secundarios que permitían el óptimo trabajo del primero. Freud solo describió la presencia de estos mecanismos secundarios sin ahondar más allá, dejando esta tarea teórico-práctica a sus continuadores. Su hija, Anna Freud, les acuñó un protoconcepto que sirvió para su tarea clínica; bajo la forma de «mecanismos de defensa» se le permitió actuar bajo la brújula guiada de una gnoseología de las resistencias a la cura, sin embargo, este trabajo no fue más que una mera traducción positivista del terreno teórico que había dejado Freud abierto, y es que bajo la noción de «mecanismos de defensa» no se puede fundar un auténtico producto teórico, responde a diferentes necesidades. Esta problemática persistiría a través de los dos grandes ejes del psicoanálisis de la época post-freudiana, por un lado el eje inglés y por otro el francés. La verdadera problemática reside justamente en la conceptualización errónea de «los mecanismos de defensa», que se perciben como múltiples en estructura pero individuales en función.Esto se ve claramente tanto en el trabajo de Anna Freud como el de Melanie Klein, donde sus descripciones clínicas muestran diferencias estructurales precisas (el cómo operan los mecanismos de defensa/resistencias difieren radicalmente unas de otras, lo cual permite su categorización de forma sencilla) pero un aspecto funcional común (y es que, todo mecanismo de defensa/resistencia tiene el objetivo de obstaculizar la angustia originada por el proceso en camino de «la cura» psicoanalítica), ¿qué sucedería si esto fuera a la inversa? El verdadero camino a la conceptualización de los mecanismos secundarios es concebir que la estructura es la misma, sin embargo, su función es diferente. Y es que existe una diferencia enorme entre un proceso funcional (función) y un producto/meta funcional. Si bien todo mecanismo secundario (junto con la represión, cabría decir) tiene la meta funcional de evitar la angustia del Yo, el proceso de investidura libidinal para llegar a ello es único en cada caso. Así podríamos decir que contienen una estructura más o menos general que responde a una lógica de «inversión» (utilizare este concepto extraído directamente de la economía política clásica con la misma justificación utilizada por Freud al nombrar la economía libidinal), en donde la libido se invierte en favor de una ganancia ulterior traducida en diferentes modos de llegar a un mismo destino, el goce. Sea la desvalorización o sea la intelectualización, su ganancia es una cantidad dada de goce en el sujeto. Lo mismo puede aplicar a la distinción entre los mecanismos que conforman el estado. No es coincidencia que el mecanismo central por el que opera el estado y el Yo sea la represión, esta relación es la muestra de que el estado y el Yo son diferentes estados dialecticos de una misma entidad, expresiones de un mismo modo de articulación. En el estado, el mecanismo represivo se encarna en las fuerzas armadas que tienen dos encargos muy claros: el corte de tajo de todo tipo de insurrección que atente con el modo de operación estatal y la presencia simbólica que amenace constantemente con el corte de tajo de todo tipo de insurrección, tanto las fuerzas armadas como el gobierno sirven de figuras castrantes para el sujeto que le indican un mandato simbólico alto y cristalino, «mantente en la línea». Sin embargo, al igual que la represión en el Yo, su modo de actuación es directo, sin atajos, plenamente ante los ojos (que, incluso inconscientemente, esta se muestra plenamente a través de las llamadas «formaciones de lo inconsciente», su intelección no es directa pero su presencia sí). Para la preservación tanto del estado como del Yo, es necesario ceder voluntariamente, esa es la meta funcional de los mecanismos secundarios y de los aparatos ideológicos del estado. Para que estos operen es necesaria la inversión de algo en función de una ganancia ulterior, en el caso de los aparatos ideológicos del estado, se invierte una cantidad de voluntad/libertad/espíritu en favor de una ganancia ideológica, de un obelisco al cual admirar. Seria sencillo acotar el análisis mencionando que su modo de funcionamiento es el de la dialéctica del amo-esclavo de Hegel, pero esto no sería del todo cierto. Si bien la lógica de inversión es utilizada por Hegel, en Althusser se adquiere un elemento especular que permite el desdobles de un Sujeto Absoluto. Este discurso que interpela a individuos en tanto sujetos por medio de un afiance imaginario es el que posibilita la existencia material de los aparatos ideológicos del estado. Estos, como toda organización/institución requieren de adeptos que a través de sus actos puedan perpetuar su validez (sea simbólica, sea real) ¿pero, quienes son los que llevan a cabo dichos actos? Todo acto solo es posible por medio de un sujeto, y todo sujeto es emergido de su historia, de un nombre propio. La interpelación althusseriana coloca en coordenadas la importancia de esta «libertad» a la sujeción, puesto que todo sujeto con nombre propio debe de elegir sujetarse al Sujeto Absoluto. Es así como el desenvolvimiento de sujeto, Sujeto Absoluto y sujeto sujetado al Sujeto Absoluto es lo que difiere de la dialéctica amo-esclavo hegeliana. En el caso concreto de los aparatos ideológicos del estado, el sujeto se invierte a sí mismo en favor de la imagen especular reflejada de lo que es ante los ojos del Sujeto Absoluto, que es lo que se gana. El sujeto se cede para ganarse, masticado y digerido por el Sujeto Absoluto voraz. Así se asegura la reproducción del estado sin recurrir a la violencia simbólica-real del aparato represivo del estado, por medio de este círculo perverso de gestión-ingestión ideológica.