Por: Gabriel de Jesús Chávez y Luisa Aurora Ochoa
El edipo freudiano ha sido una explicación teórica en la cual el falo es una brújula que ubica al sujeto frente a su realidad en todos los aspectos: carnales, sensoriales, sociales y subjetivos. Posteriormente, el edipo lacaniano resalta la importancia de la suscripción del nombre del padre junto con la causa del deseo dejado por la angustia en la imposibilidad de la integridad psíquica que deja el deseo edípico nunca satisfecho. Sin embargo, ambas posturas tienen algo en común, la noción de que existe algo inaccesible, hedónico, que no puede completar al psiquismo, dejándolo en un anhelo y ausencia permanente que no será satisfecha más que por síntomas que producen goce.
De este conflicto estructural emerge una fórmula del sujeto moderno que responde a nociones históricas e ideológicas claves: la libertad, la culpa y la atadura a la ley son rezagos que desde el medioevo han dado consistencia a la subjetividad básica de una sociedad dada. Estas han funcionado como condiciones indispensables para la reproducción de las relaciones de producción (sociales) de las antiguas sociedades previas al advenimiento de la modernidad. El quiebre de esta consistencia se da con la lectura freudiana del malestar en la cultura posterior a la emergencia de la revolución industrial (malestar proveniente de la represión de la pulsión sexual). La cuestión se complejiza cuando se admite que Freud no logró (digamos por las limitantes de su época) localizar críticamente (es decir, meta teorizar sobre su producción teórica) el elemento constante desde la antigüedad a su época que brindaba los elementos necesarios para la emergencia de una forma básica de subjetividad; la lógica de la diferencia fálica.
Si pensamos en la diferencia en términos freudianos habría que admitir que falta algo que regule dicha diferencia, ya no un mediador entre el deseo y el goce como sería la función yoica, sino un observador evanescente que dictamine los parámetros de la diferencia que posibilite la emergencia del sujeto. Convengamos pues que la diferencia se encuentra dictaminada por el súper yo; No solo se trata de esa instancia moralmente superior en su quehacer ético que guía el trato social del sujeto, o esa válvula que otorga las vías de goce que tendrá (sufrirá) el sujeto, sino de aquel (como sujeto en sí mismo, uno externo dentro de lo más íntimo del sujeto, un sujeto sujetado a otro sujeto) que mira activamente y logra diferenciar una cosa de otra.
Así es como se llega a la diferencia articulada materialmente en el cuerpo, la diferencia de los sexos, la diferencia genérica, en fin, la diferencia que imposibilita la relación (sexual), ¿es esto en entero verdadero? Por supuesto que en términos analíticos la auténtica interrelación con el otro se ve imposibilitada en la dialéctica especulativa del deseo. Preguntas válidas pero tendenciosas como ¿Qué deseo del otro? ¿Qué desea el otro de mí? ¿Es acaso mi deseo ser el deseo del otro? Preguntas que frecuentemente retumban en las paredes del consultorio a través de la vía regia de la palabra, la palabra adulterada ya en sí misma por una historia particular (red de significantes) y una colectiva (condiciones reales de existencia).
Es por esta razón que las preguntas están guiadas, son justamente eso… preguntas, mas no cuestionamientos subjetivantes. Si se ve con profundidad esta problemática denotaremos el origen de la sobre determinación principal que posibilita las condiciones para que surjan, por un lado, el súper yo que a través de la culpa generada del mandato gozoso es que el sujeto formula la pregunta por su deseo, y por otra la realidad avasalladora externa que brinda el contenido material para formular dicha pregunta.
Por supuesto que esta pregunta abre vía al campo del deseo, pero no lo construye, el deseo no se construye en la diferencia; se construye en la particularidad… O al menos eso se ha creído en el gremio psicoanalítico. El deseo como el semblante de la individualidad subjetiva, como aquello que a partir de la diferencia se funda en lo único, un desdoblamiento hacia atrás hegeliano, una negación de la negación, la maligna banda de Moebius en donde se difumina la diferencia en favor de algo diferente.
Esta visión del deseo, y convengamos en algo, también del amor (puesto que el amor es en última instancia la sustancia del deseo, así como el deseo sostiene al amor), es la mirada extraña y siniestra del súper yo puesta sobre el fantasma del sujeto, una mirada externa interiorizada, la diferencia vista desde la diferencia que en un doble movimiento se enajena y termina por confundirse en una unidad. Una diferencia que dictamina su devenir realizado bajo directrices de contradicción precisas… Entre la masculinidad y la feminidad.
La cuestión es, si se ha dudado de lo dicho por el psicoanálisis sobre la feminidad (la sentencia de Freud es clara al declarar no saber nada sobre las mujeres, al igual que la de Lacan sobre que hay «mujeres»), nos parece pertinente hacer lo propio con la masculinidad.
En este sentido, no es arriesgado mencionar que esta sobre parcialización dada por la lógica de la diferencia presente en los aparatos ideológicos destaza la carne y sensaciones, de esta manera también la corporalidad imaginaria.
La articulación del sujeto (sea masculino o femenino) desde esta lógica tendrá como consecuencia el cuerpo como válvula territorializada en bloques incompatibles uno del otro (la visión conductista del sujeto nos muestra claramente esta postura), en donde las sensaciones, percepciones, fantasías, placeres, vivencias, etc., no tendrán interconexión unas con otras.
El intento fútil del sujeto de remediar esto es por medio de las asociaciones raquíticas que le brinda su cadena de significantes en donde se intentan comunicar estos bloques incompatibles en los que ha devenido su cuerpo. Se ha pasado de la contradicción simple cartesiana a la contradicción sobre determinada volcada hacia atrás; ya no se es un cuerpo sin órganos sino órganos sin cuerpo. Esta tarea apremiante es la que se vive hoy en día en la clínica psicoanalítica. La de estar frente a un sujeto compuesto de órganos que exigen coherencia entre ellos.
Durante mucho tiempo la inefectividad de la interpretación se ha asociado a la caída simbólica de la ley materializada en el fracaso del proyecto de estado nación en el sistema de mercado neoliberal. Debido a la hipersexualizacion y a la falla de la represión, el sujeto no lograba aceptar la interpretación porque no había nada que interpretar, el síntoma ya no estaba metaforizado sino que se encontraba en un estado literal (de ahí también la aparición de los casos borderline dentro de la clínica). Sin embargo, habría que replantearse si esta inefectividad de la interpretación no tenga que ver también con que lo que se busque interpretar no sea aquello que adolece en el cuerpo (el síntoma), sino el cuerpo mismo.
Debido a que el cuerpo concreto está sobre significado por los discursos ideológicos, el consumismo por el mercado capitalista y la falta de censura en la sexualidad. Esto ha roto la duda del cuerpo dejándolo parcializado que aunque a través de lo imaginario pudo construirse, el contexto no permite concretarse y el cuerpo termina destazado entre las sensaciones y significantes del gran Otro y lo propio. Los órganos continúan funcionando a veces de forma aislada en otras ocasiones de forma interconectada, pero no existe un contorno que los coloque en un sentido, ni que tampoco separe unos órganos de otros.
La pregunta por el cuerpo es lo que más nos aproxima a la angustia, debido a que solamente la tenemos integrada en una interpretación pero ni siquiera le permite hilarse. El cuerpo mismo es el instrumento por excelencia donde los significantes toman carne y repercusión en todo el acto de los/las/lxs sujetxs debido a que nos coloca en la realidad hipermoderna y capitalina para funcionar a sus exigencias, donde ni el deseo o síntoma podrán contrarrestar el deseo del gran otro que nuestro cuerpo ha sido devorado. No es fortuito que haya una negación por la duda del cuerpo a través de los discursos académicos, el mercado sexual y de consumo ¿será que retomar el cuerpo sea la forma de contenerlo?
*Ilustración por Junji Ito.