Por: Isaac Grijalva
La infancia, dice la Enciclopedia de los niños, es un tiempo de dicha inocente, que debe pasarse por los prados entre ranúnculos dorados y conejitos o bien junto a una chimenea, absorto en la lectura de un cuento. Esta visión de la infancia le es completamente ajena. Nada de lo que experimenta en Worcester, ya sea en casa o en el colegio, lo lleva a pensar que la infancia sea otra cosa que un tiempo en el que se aprietan los dientes y se aguanta.
J.M. Coetzee- Infancia (1997)
«Quédate en casa», frase enigmática que se convirtió en el slogan más reproducido, al menos durante 4 o 5 meses en el mundo entero. En esta ocasión no escribiré sobre la pandemia, pero sí sobre lo que este «slogan- mandato» permitiría debatir.
¿Con quiénes habitamos? ¿Quiénes son aquellos que nos cuidan, a los que cuidamos, pero sobre todo en quienes confiamos? No hay nada más extraño y cercano al mismo tiempo que el llamado «hogar», ¿es un refugio? O ¿un lugar tenebroso? Es la zona que limita con lo exterior que me asusta, o donde habita lo más íntimo que también espanta. Secretos ocultos, historias ficcionadas y friccionadas que han sido tapadas o no dialogadas entre quienes viven allí, eso también habita en «la casa».
El título con el que da inicio este breve texto, se halla específicamente en la primera escena de la serie Promised nerverland (2019), en su primera temporada, obra maestra que nace de la serie manga escrita por Kaiu Shirai e ilustrada por Posuka Demizu. Esta serie llega a mí, como toda carta llega a cierto destinatario, cuando una niña que escucho y acompaño, en su atinada forma de contarme secretos —«cuento los secretos a quienes no están preguntando a cada rato», me dijo en esa sesión, cuando interrumpió lo que dibujaba «¿puedo mostrarle una serie que quiero ver y que se ve increíble?» Cuando me narró el argumento de la serie quedé deslumbrado, cuando vi el tráiler de la serie quedé anonadado y cuando vi la serie me puse a escribir estas líneas. Por cierto, ella habita en un espacio de acogida institucional donde los cuidan y acompañan protegiendo sus derechos y velando por su desarrollo, yo allí intento escucharla, pero también aprender con su «creatividad», así se reconoce ella en cada sesión, como: «una niña creativa».
Esta serie es ambientada en un futuro distópico en el año 2045, el lugar donde transitan sus personajes será una casa de acogida para niños y niñas de hasta 12 años, lugar que pronto se transformará en una granja, los niños y niñas, en productos comestibles de unas figuras monstruosas. Resulta que dichas figuras han tejido una red de múltiples «granjas» donde alimentan, cuidan y dejan jugar de forma libre a los niños, «para que sus cerebros crezcan fuertes y de calidad», para que posteriormente, a los 6 o 12 años de la existencia de cada uno, se vuelvan alimento de dichas figuras monstruosas.
Desde el primer momento los personajes empiezan a percatarse de que a quién llamaban «mamá», y quien después se convertiría en «nuestra enemiga», los alimentaba y cuidaba, escondiéndoles el secreto más caro de sus vidas. ¿De qué nos protege esta reja?: Es la pregunta que Norman le hace a Emma, cuando han crecido durante 11 años de su vida, escuchando que no pueden pasar más allá de lo que delimita esa reja, no pueden acceder a ese otro lugar; sin embargo, cuando logran hacerlo, se percatan de lo que viven e ingresan en una misión por intentar salvarse, salvar a su familia, a quienes llaman «hermanos», a aquellos niños y niñas que conocieron en ese lugar llamado «hogar», donde también se han despedido de muchos de ellos, pensando que tendrían un mejor porvenir, cuando, en realidad, lo que sucedió es que «allá afuera se los comieron vivos». En el inicio de la segunda temporada, después de que quince de ellos lograron escapar a otro bosque nuevo y pantanoso, Emma saca un libro y tratando de alentar a los demás a que no tengan miedo por lo desconocido, por lo que está por venir, les dice: «miren, una guía para sobrevivir en el mundo exterior».
A quienes hemos podido acompañar, escuchar, sostener y aprender junto con las infancias, podríamos parafrasear varias de las preguntas con las que muchos niños y niñas llegan, en referencia a su «casa», como pertenecientes y causadas por «de qué nos protege esta reja». El señalamiento de que alguien murió, la alusión a una pelea en «casa» o el reproche hacia la compañera de escuela que con una palabra tan cruda y áspera dirigida hacia quién escuchamos, ya no le permitió sonreír más, son las primeras líneas del texto que está por escribirse en el encuentro de cada sesión.
¿Cómo hacer frente a esas rejas, esos cercos que parecían haber sido colocados para seguridad de las infancias, pero que en realidad ocultaban verdades familiares, historias fragmentadas y difíciles de transmitir?
Dolto (1981) de forma clara trabajó la implicación del secreto familiar y los efectos sintomáticos en las infancias que esto produce, alumbró el error que habitaba en los cuidadores, quienes, bajo el argumento: «los niños no saben nada, no se dan cuenta, no van a entender», decían, elegían, reformulaban y cambiaban los acuerdos familiares o cuestiones que implicaban la existencia de las infancias, sin ni siquiera hacerles partícipes o transmitirles las razones de aquello.
Es, entonces, ante esos momentos donde los cuidadores les suponen un desconocimiento e impotencia a las infancias, negando la pregunta y teorías sobre la verdad de lo familiar, en donde hay un llamado a acompañar a dichas interrogaciones, sus teorías, la construcción y destrucción diaria de los mundos posibles que se hacen; acompañar la forma en cómo intentan situarse, buscar un lugar en el hogar o salir por momentos de esa casa, porque se ha tornado en «in-familiar», poco acogedora. Las infancias salen y entran cada día de los lugares que habitan, deformándose las figuras de sus cuidadores, que en momentos se podrían tornar en los más extraños.
El lugar de quién está dispuesto a escuchar y acompañar a las infancias en el espacio terapéutico empieza a tener valor, justamente, cuando estas han cruzado la reja, cuando los secretos familiares se han escurrido por las paredes, y cuando los cuidadores no encuentran una forma para continuar sosteniendo esos lugares que les permitieron creer que «los niños y niñas no saben nada y no entenderán». Pero sucede que los niños y niñas preguntan de forma insistente, arman hipótesis y actúan bajo sus conjeturas, aperturando la posibilidad para acompañarlos y escuchar, no solo a las infancias, sino también a quienes, por tanto cuidar la reja, descuidaron el mundo que las infancias construían en ambos lados.
La pregunta sobre el adentro y afuera, las coordenadas espaciotemporales que se usaron no son azarosas. Las paradojas de los lugares que se ocupan, de las funciones que se toman y de los espacios que habitan las infancias, en su tejido familiar o en la comunidad que los acompaña en la existencia, traen la pregunta de ¿qué hay más allá de esa reja, esa reja que dice proteger o que oculta un saber que moviliza y que podría ser una respuesta a la recherche (búsqueda e investigación) que tanto estaban buscando cada uno, ya sea hablando o gritando?
A este punto, incluso yo sé que aún si lucho con todas mis fuerzas las cosas que he perdido no regresarán. Pero no me detendré hasta alcanzar y proteger a quiénes amo. (Emma- The Promised NeverLand, Cap. 6, Temporada 1).
Bibliografía
Coetzee, J., Infancia, España: De bolsillo, 1997.
Dolto, F., Tener Hijos: ¿Tiene el niño derecho a saberlo todo?, Buenos Aires: Paidós, 1981.