Por: Luisa Aurora Ochoa
En las experiencias que llamamos «amor» nos encontramos con grandes desafíos que nos hacen cuestionar si realmente somos capaces o no de realizar dicho acto, el amar. Dicho acto tiene implicaciones en todas las aristas que atraviesan a una persona: su clase, raza, sexualidad, edad y demás condiciones socio materiales que hacen pensar que deben cumplir con ciertas expectativas de cada una de ellas para que exista un reconocimiento de ese sentimiento y pueda nombrarse como «amor». Sin embargo, existen cualidades de las que pocos tienen la osadía de afrontar, que es: ¿cuál es mi ética frente al amor? ¿Cuál es mi estética hacia el amor?
Desde los marcos ideológicos existen retos para que un sujeto pueda autenticar el sentimiento que le acontece, busque darle un lugar en su historia y lenguaje y pueda nombrar eso como «amor». En nuestras condiciones reales de existencia estos discursos ideológicos se muestran en varias expresiones. En la educación, por ejemplo, el trato que se tiene entre hombres y mujeres, los hombres tienen ciertas prácticas que les son permitidas entre ellos y de la misma forma las mujeres. Desde aquí se comienza a gestar la noción inconsciente de la diferencia sexual en el trato de iguales, una contradicción propia del patriarcado. La familia hereda prácticas culturales según su posición social y moral, que a su vez reproducen mujeres y hombres de su linaje y con ello dan lineamientos de cómo se debe amar y ser amada(o). Se da el primer acercamiento a la división técnica del trabajo genérico que se volverá una determinante en última instancia para ser amada(o), por ejemplo, para los hombres ser proveedores y viriles, y para las mujeres sustento del hogar y abnegada.
Las personas que generan la dinámica sociocultural nos señalan lo importante que son las prácticas del amor, como, por ejemplo, el dar regalos, detalles, tomarse de la mano, la toma de compromiso, la proyección y práctica del matrimonio y familia. Todo esto genera una deuda interminable donde los sujetos que se aman se deben amor, pero desde el marco capitalista patriarcal. Generando así una cadena donde los sujetos están atados por un lazo de deuda y no de amor. Por ello toda persona y sus prácticas se traducen en su valor en el mercado que lo colocan en un lugar donde tiene que realizar ciertos actos dentro de su contexto para que sea validado, porque el ser deseada(o) y/o amada(o) también es una forma de cumplir el mandato social para tener un lugar en la existencia.
En el arte, el amor se posiciona en un lugar estelar, en la cual es motivación de producción y consumo del medio artístico, sea comercial o académico. Las películas, series, animaciones, canciones, plásticas y otras expresiones artísticas se ven condensadas y desplazadas dando lugar a representaciones maquiladas «trascendentales» que carecen de la vitalidad del amor, nos muestran un amor muerto, simbolizado pero sin vida. Podemos deducir, desde Freud, que estás producción sintomáticas reprimen el encuentro con el otro; de ahí que sean tan satisfactorias debido a que son completamente onanistas en lo que representa el amor.
El encuentro con el otro es difícil de sostener, prueba de ello es la situación social actual que nos demanda encontrarnos con el otro y su dolor, pero preferimos no hacerlo; esto conlleva que este encuentro se expresa en actos fallidos. Esto implica que los actos fallidos y/o síntomas se vuelven el lenguaje en donde se está posicionando el sujeto frente al amor y su direccionalidad debido a que la realidad que le habita al sujeto y el otro el lenguaje no puede reconciliar esa angustia del encuentro.
Pensando ahora, en la propuesta de la ética del amor, es la implicación del encuentro con el otro y cómo hacer frente al fenómeno que da por resultado de ello. Es decir, cada que existe un encuentro con el otro habrá de resultado algo del orden de la angustia que hace reminiscencia de las historias y fantasías de los sujetos, y se abren mil preguntas con la referencia: ¿qué debo hacer? Preguntas que van en el orden de la práctica para dar un sentido para las sensaciones de la carne y la cultura que demandan un lugar en dicho acontecimiento. El sujeto se demanda a sí mismo a través de su sentir un deber del encuentro con el otro para darle lugar en su propia historia. Ese lugar que se le dará en su historia tendrá una implicación estética, debido a que será la noción metafísica de cómo el amor discurre en todo el sujeto, por ello el actuar del encuentro con el otro debe tener paradigma de lo ético para volverlo una obra digna que sea de satisfacción para que acontezca una estética del amor.
Recordamos las premisas con respecto a la ética, en que su paradigma se divide: la del deber con el otro, el deber con uno mismo y la del deber del cuidado de sí mismo. La primera es el sacrificio de uno hacia el otro en que se abandonan los intereses personales para buscar un interés superior y compartido sea con la sociedad o con la persona con la que se va cumplir su deber. La segunda es la búsqueda del interés propio para el cumplimiento de uno mismo teniendo una armonía del ser con su contexto. El último mencionado es referencia al cuidado de uno mismo hace un cuidado por el otro, de esta forma los actos que van dirigidos por el bien el interés de uno serán de beneficio y satisfacción para el otro.
La ética que planteo está íntimamente ligada con la premisa freudiana con respecto a que existen representaciones que condensan sentires que entran en dinámica con los diferentes niveles en la estructura psíquica. Esto implica que estas representaciones son vitales para el sujeto y por ello su pérdida es evidente que una parte del sujeto también se pierde. El panorama de la pérdida es tan amplio que hay pérdidas que son inevitables, como en la muerte, sin embargo, en otras condiciones es cuando otros teóricos pueden hacer referencia al proceso de reparación. Por ello la ética forma parte en el camino del amar para que el encuentro con el otro y sus vicisitudes puedan ser reparatorias para los sujetos aún con el panorama inevitable de la pérdida. Este proceso ético pone en escenario la angustia que surgió afrontándola para encontrar una posible reparación, esto es lo que algunos llamarán como responsabilidad afectiva, en que la persona tiene que asumir una responsabilidad a los afectos que surgen en la relación para encontrar un camino que sea de resolución para la relación amorosa.
Este afrontamiento, evidentemente, traerá consigo dolor de los anteriores acontecimientos que ha representado el amor en la persona haciendo aún más difícil dar con un camino reparatorio, poniendo al sujeto enfrentarse ante su propia historia en el amor.
Cuando la persona afronta su propia historia en el tenor del amor es igual al apreciador encontrarse con una obra de arte, causa sensaciones e interpretaciones por diferentes lados y solamente la estética busca darle el sentido adecuado a ese cúmulo de posibilidades. Por ello la ética se vuelve el procedimiento práctico/técnico para lograr plasmar el amor en su sentido más estético que ha significado en su historia y seguirá tejiendo en su experiencia amorosa. Eso uniría la experiencia y metafísica del amor en sus diferentes narraciones históricas vista como un trueque de conveniencia para la supervivencia, un pacto romántico en que solamente la muerte puede separar o una práctica que se tiene que realizar por un mandato social que ajustará al sujeto en su sociedad.
Estas formas de interpretar el amor en este caleidoscopio de discursos son totalmente vigentes y válidas en la actualidad, sin embargo, muchos carecen del sentido estético y ético para reconocer en qué lugar se está amando y sus implicaciones que conlleva cada discurso amoroso. En muchas ocasiones por eso el amor se vuelve una obra mágicamente romántica mientras que para otros se vuelve una obra de suspenso y thriller, esperando encontrar al criminal que mató el amor.
Al reconocer que se tiene un deber con una misma frente al amor y ello elaborar una obra que traspase su significado, es lo que puede permitir que el encuentro con el otro, que es angustiante, tenga otro significado y a su vez posibilite reparar una relación, una historia o a un sujeto.