Por: J. Ignacio Mancilla
«¡Oh, Zaratustra!, dijeron, ¿acaso buscas con la mirada tu felicidad?» — «¡Qué importa la felicidad!, respondió él, hace mucho que no anhelo mi felicidad: anhelo mi obra»
Friedrich Nietzsche. Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie (La ofrenda de miel).

Friedrich Nietzsche es, aparte del huésped más inquietante de la Modernidad misma, el gran Maestro de los aforismos.
Suele condensar, en textos sumamente cortos y bellos, un saber más que profundo sobre diversos temas; sobre todo morales y humanos, demasiado humanos.
Es muy sabido que su vida estuvo plagada de dolor y enfermedades, hasta la explosión de su sí mismo, a finales de 1888 y principios de 1889, en Turín, Italia.
No obstante, supo ponderar la vida —su vida— como pocos; y es desde esa tesitura que siempre nos convoca en favor de la vida y todas sus consecuencias. De ahí que predomine —en su filosofía y escritura— una concepción trágica de la vida.
En esa situación extrema, habiendo estado agobiado por los malestares del cuerpo y del alma y habiéndole rondado en su cabeza la idea del suicidio, es que pudo y supo pergeñar una Ciencia alegre (Die fröhliche Wissenschaft, La gaya scienza es el subtítulo), en la que exaltó —bajo los hechizos de Dioniso— la vida toda y su vida.
En ese contexto, estoy hablando de los años 1882-1885, también gestó su mayor canto poético/filosófico afirmativo de la vida, Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie.
Pues bien, a esos años pertenece un aforismo sobre la felicidad, sobre el que aquí me quiero detener.
Se trata del fragmento 247, perteneciente al 3 [1], verano-otoño de 1882, recogido en el volumen III de sus Fragmentos póstumos, y que a la letra dice:
«Mi felicidad comienza cuando me veo, conmigo mismo ‘como un ser junto a otros’» (p. 73).
Intentaré, apoyándome en otros autores, una (mi) lectura de este aforismo.
Empiezo auxiliándome de ese gran sociólogo polaco, Zygmunt Bauman (1925-2017), el teórico de la Modernidad líquida.
Este sociólogo se caracterizó por su agudeza sin igual en la comprensión de la Modernidad líquida o tardía. Tan así fue, que supo entender que uno de los problemas fundamentales de las mujeres y hombres líquidos, consistió en su pretensión de querer ser «felices» todos los días; algo que no obstante ser sociólogo y no psicólogo, le atinó al entrever el grado de «enfermedad» que soportaba dicha pretensión.
Esto, precisamente, fue algo que Nietzsche aprendió en carne, hueso y espíritu —de ahí que sea un paradigma clásico y paradójico a la vez—; pues vislumbró, con toda claridad, al tiempo que se encerraba en sí mismo, que la felicidad no era posible en la soledad, sino que esta, para poder vivirse, necesitaba de los otros.
Esta contradicción fundamental lo engulló hasta el abismo, al grado que el último Nietzsche vivió en el más absoluto mutismo y la soledad más cruel; acompañado de su madre, primero, y de su hermana después; murió en 1900, habiendo nacido en 1844.
Fue así como se consumió su vida como teórico/metafórico del Súperhombre (Übermensch), esa creatura que —por lo menos en el ideal— sería capaz de sostenerse solo y crear, a partir de sí mismo, los fundamentos de otra vida que estaría más allá del bien y del mal y más allá de lo humano, demasiado humano.
En esto consiste la tragedia llamada Friedrich Nietzsche: ya que nuestro personaje fue plenamente conciente de todos los alcances y límites a los que estaba sometido, como el hombre moderno y el «animal enfermo» que fue, (para Nietzsche estos dos términos eran sinónimos).
Sin embargo, no podemos decir que fue infeliz; de alguna manera disfrutó, pues él no aspiró a la felicidad, pero sí a su obra; la que consiste en 10,600 páginas escritas, si consideramos los 4 volúmenes de sus Obras completas (4,094 pp.); los 4 de sus Fragmentos póstumos (3,234 pp.) y los 6 de su Correspondencia (3,272 pp.). Por supuesto que en dichas páginas se incluyen las introducciones, presentaciones y notas que hacen los editores.
Toda su obra reboza y resume no solamente el dolor de haber vivido, sino, sobre todo, la dicha de haber existido y haber creado una de las filosofías más inquietantes, todavía, hasta nuestros días.
Es por ello por lo que no podemos dejar de leerlo y releerlo, pues Nietzsche representa —hasta nuevo aviso— la figura más inquietante y magnífica, a la vez —insisto— de la Modernidad misma.
¡Tenía que ser dicho!, ¡y… escrito!
Guadalajara Jalisco, colonia Morelos, a 7 de mayo de 2021.