Una posibilidad ante la incertidumbre y la crisis
Por: Samuel Mora

La angustia es una noción que ha sido desarrollada por la filosofía existencialista. Es un estado de afecto necesario; un impulso anímico indispensable que el ser humano requiere transitar en la deconstrucción de sí mismo, promoviendo que emerja la subjetividad.
El análisis puede encontrar en ella un medio a través del cual el analizante vea en la angustia un motor esencial del despliegue de la vida anímica, donde el psiquismo enfrenta la posibilidad de No-ser, quedando atrapado en un automatismo; esto es, la muerte, la no existencia; por lo que su función para la psique es explicativa y subjetivante.
La angustia en sí misma no tiene un objeto representativo en la realidad, por eso esta condición humana nos hace sentir abrumados, pero no sabemos con certeza hacia qué. A diferencia del miedo, fobias, la ansiedad u otros afectos, la angustia carece de objeto y es, al decir de Lacan, el único afecto que no engaña.
Así, la angustia se relaciona con la pérdida del objeto amado (a). Cuando somos niños, podemos experimentar la ausencia materna en la soledad, en la oscuridad, o cuando encontramos a una persona extraña en el lugar de nuestra madre. De allí que la angustia se relacione con el miedo a estar en falta de lo amado, a la castración, a morir.
En este punto entendemos que la angustia es una proporción de malestar indefinido sin correlato de representación en la realidad; la ansiedad, por otro lado, es una conducta en respuesta del organismo, habilitando una reacción de enfrentamiento o huida para un peligro.
La ansiedad es natural del organismo, pero si rebasa el límite que nos permite captar un peligro real y estar alerta, será una imposibilidad de confrontar las circunstancias que nos arroja el contexto que interpretamos como amenaza y que están únicamente en lo que sentimos y cómo pensamos respecto de ello, lo que Freud llama la realidad psíquica.
Respecto de esto la ansiedad puede manifestarse en distintas categorías:
- motora: función desempeñada de nuestro cuerpo en movimiento en defensa personal ante alguna amenaza;
- cognitiva: alterando o distorsionando la forma de pensar o percibir una situación que produce temor o amenaza;
- fisiológica: respuesta orgánica como sudoración, temblores o aceleración del ritmo cardíaco.
Por otra parte, la crisis de angustia es un elaborado ordenamiento del aparato psíquico que revela la ineludible falta, la fatalidad de la carencia de significante, lo que imposibilita una vinculación del yo con el mundo.
De esta manera, una crisis de angustia se puede vivir como malestares emocionales y físicos, por algo que se experimentó como pérdida, produciendo una sensación de escisión y un estado de desubjetivación.
También puede vivirse como temor al futuro, en la perplejidad de no saber y no poder concretar tus deseos y decisiones. Puede experimentarse terror, frustración y desesperación repentina frente al devenir; engendrando ideas catastróficas que obstruyen mirar las alternativas y medios de los cuales dispones para hacerle frente a tu realidad.

La angustia dentro del acto analítico
El acto analítico es un acto que jamás se hace en soledad, razón por la cual no hay auto-análisis. El análisis se soporta de esa presencia irreductible que es el analista en cuerpo. (Lacan 1972-1973)
En Ser y tiempo Heidegger nos plantea descubrir cuál es el sentido del ser (der sinn der seins), el ser es lo que se manifiesta. ¿Entonces qué hace que se manifieste ese ser? Ahí es donde se revela la angustia, pero también una posibilidad de ser ante la angustia.
Freud nos ayuda a comprender la angustia como una re-producción de la falta y la carencia, emerge en principio, como separación o pérdida respecto a la madre (a); lo que configura la amenaza de muerte, siendo huella mnémica inconsciente a la primera castración: El trauma del nacimiento (época en la que el sujeto se encuentra protegido de los peligros que hoy le amenazan).
Heidegger dice que pensamos en la persona usando la lógica de las cosas, incluso un psicoanalista puede cometer el extravío de ver únicamente el alma o entender al sujeto desde las tópicas o las estructuras, en cambio, el ser para Heidegger se coloca por encima de estas nociones, entonces, ¿cómo pensar el modo de mirar al sujeto en análisis? ¿Cómo saber en qué momento un analizante muestra su ser?
Podríamos decir, si se angustia es que hay posibilidad de dasein, que el ser se pregunte por el ser, ¿qué hay con el ser ahí? La pregunta por la existencia, la pregunta por la subjetividad de cada uno de nosotros, solo cada ser puede preguntarse por el ser y ahí hay posibilidad de análisis.
Podría pensarse en términos de demanda de análisis, el analizante le supone un saber al analista, con lo cual pretende cubrir la angustia, pero el analista no debe angustiarse ante su no saber nada del paciente, debe renunciar a la idea de ayudar, y quedar abierto al flujo de saber del analizante, en un estado de escucha activa, abriendo toda posibilidad de que el sujeto se cuestione algo de sí y se angustie ante el innombrable e inabarcable abismo de la nada. No es labor del analista curar la angustia del paciente. Incluso más que cura, podría interferir en que el analizado logre acceder a su propia resolución de la angustia.
La angustia surge con la pregunta por el ser, dicha pregunta entonces podemos pensarla como la antesala a aquello que kierkegaard denomina salto de fe, ¿qué hacer ahí donde me angustio? Allí el sujeto se pregunta por el sentido del ser. ¿Qué ser? ese decidir sobre sí mismo, un portal a nuevas posibilidades de posicionamiento subjetivo, es evitar la resistencia que nos mantiene en una compulsión a la repetición, es enfrentar la decisión, como en el caso de Adán y Eva, de pasar de ser no pecadores a serlo, en un salto de fe por conocer entre el bien y el mal, es una apuesta re-significante de sí mismo ante la incertidumbre de la expulsión del paraíso ilusorio en el cobijo de su protector.
Así como el analizante enfrenta distintos momentos de preguntarse sobre sí mismo ante la incertidumbre de distintas circunstancias angustiantes; lo hace un sujeto que enfrenta su jubilación, un sujeto que pierde el amor de su vida, uno que decide que estudiar, uno que enfrenta la soledad, uno que enferma, pero también se enfrenta el miedo a hacer algo al respecto de todo esto, por el desconocimiento absoluto de lo que pasará después, es en ese terror a lo incierto donde se salta con fe a la posibilidad y aparece el ser iluminado por sí mismo en el mundo, no necesita que nada lo ilumine, pues es su propia fuente de luz, su apertura a la existencia. El salto a la decisión trae como respuesta al dasein, le responde algo de su ser ahí, pero esa respuesta germinará la nueva apertura, a la pregunta que traerá la angustia; por lo que para Kierkegaard el salto de fe consiste en un razonamiento circular, algo así como la serpiente uróboro que se muerde su propia cola.
Lo que permitirá la apertura de nuevos abismos angustiantes en la cadena significante llenos de preguntas en espera de la decisión de ser descubiertos por el ser, así hasta el fin de nuestros tiempos en el devenir de la hiancia, la ruptura primordial que hay entre el hombre y la naturaleza.
El análisis pensado así puede propiciar un encuentro donde el sujeto tramite su devenir angustiante, donde enfrente lo ominoso de su existencia y cree alternativas que traigan luz, que dé muestras de lo abierto donde tendrá lugar su subjetividad, es allí donde se habita el hueco infinito de la nada, ese enorme vacío existencial del que todos hablan esperando ser llenado de mi ser, ante el salto de la angustia.
Allí donde el sujeto se cuestiona después de hacerse solo en el mundo: ¿qué debo hacer? ¿Qué es lo correcto? ¿Quién soy?, su constitución subjetiva se ve ante la posibilidad de ser ahí, pues donde no es, el sujeto se angustia y puede decidir quién quiere ser, investido de sí mismo, atreviéndose a romper con la atadura de la compulsión a la re-petición (la misma forma de cubrir la falta, el síntoma) y permitiéndose una oportunidad para una reconstitución subjetiva y una re-significación de sí mismo.
¿Por qué entonces pensar en el acto analítico como un dispositivo que propicia el salto de fe? Porque el análisis nos arroja un aprendizaje sobre el acto de decidir que nos deslinda de la repetición tanática, la experiencia del análisis está sostenida en la regla de la asociación libre, cada una de las cuales es la elección por definición en un salto de fe, la libertad que ofrece el asociar libremente da como resultado la transferencia, lo que activa el dispositivo, la rueda de significante se pone en marcha y se abre la posibilidad de la pregunta por el ser. Nada está regido por la cuadratura y la inflexión, sino que se trata con el poder, el saber, el deseo y la palabra, la subjetividad de cada uno, lo que apunta a producir ineludiblemente angustia en el paciente, para dar el salto de fe a una nueva posibilidad de subjetivación.
El psicoanálisis debe cuidarse de los esfuerzos del cientificismo por atraparlo en un doblegar teórico hegemónico, diferencia compartida entre los filósofos trabajados en este texto y donde creo este nuevo saber nos apunta muy por fuera de los discursos denominados Psi, como la psiquiatría, la psicología, psicologías del yo y psicodinámicas.
La promoción del yo en nuestra existencia conduce, conforme a la concepción utilitarista del hombre que la secunda, a realizar cada vez más al hombre como individuo, es decir, en un aislamiento del alma cada vez más emparentado con su abandono original.
(Lacan, 1971, p. 125)
El psicoanálisis debe subsistir aun por encima de la exigencia de cientificidad y evitar sumergirse en el discurso hegemónico, la nosología, la indiscriminada medicalización, la internación de la locura; el análisis es una oposición a la afirmación universal, si eso sucede, el psicoanálisis olvida su dispositivo específico, su dirección enunciativa y se convierte en una praxis que no es. O bien, como aquí buscamos su licitud subsumiéndolo con la filosofía. Por tanto, el acto analítico activa el dispositivo y abre la posibilidad al sujeto de dar el salto de fe ante la angustia y elegir libremente sobre sí mismo, ante el devenir de suceder en este mundo de incertidumbre.
El encuentro del analista posibilita que el sujeto se responda algo sobre sí mismo, busque un ideal del yo, cosa que quizá no se responderá jamás, ya que la respuesta se encuentra encriptada en el acto de repetición y en la represión que el yo se impone; el análisis pone en marcha el acto de enunciar aquello que pienso de mí mismo y encontrar un ápice de respuesta a la pregunta por el ser.
El hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo y luego se define. A partir del sentimiento de sí, surge la duda de su ser ahí, existente en el mundo. Así la existencia precede a la esencia.
El hombre empieza por no ser nada, es un producto del deseo del Otro, y, en tanto producto objeto, solo será después y será tal como se haya hecho a partir de cuestionar eso hecho de sí. El hombre no es otra cosa que lo que él se hace, a partir de su conciencia, también lo llamamos subjetivación. Es ante todo un proyecto que se vive subjetivamente, nada existe previo a este proyecto (será lo que habrá proyectado ser).
Esto genera en el hombre una responsabilidad total de su propia existencia, esta responsabilidad no afecta únicamente el ámbito individual sino que afecta a toda la humanidad. Este subjetivismo es un sentido profundo en donde el hombre, al elegir, elige a todos los hombres. En efecto, no hay ninguno de nuestros actos que no cree al mismo tiempo una imagen del hombre tal como consideramos que debe ser.
La responsabilidad ante la elección que recae ante toda la humanidad y que no puede ser deslindada a un Otro, genera en el hombre sentimiento de angustia, desamparo y desesperación. Ya que el hombre se compromete y se da cuenta de que no solo es el que elige ser, sino también un legislador, un normador de sí y su mundo, cayendo de esta forma en un sentimiento total de responsabilidad.
El reconocer y negar ser eso que viene del Otro (a) que «nos creó» lleva al hombre a una posición de abandono, porque no encuentra en su interior ni fuera de sí una posibilidad de aferrarse al mundo, no encuentra ante todo excusas, como lo haría el que fundamenta su fe en el creacionismo. Como diría Sartre: «El hombre está condenado a ser libre». Así, no tiene ni detrás ni delante de sí justificaciones o excusas de dominios luminosos, ya que es responsable de todo lo que hace, lo que dice, lo que piensa, lo que es.
Heidegger, Martin, El ser y el tiempo, México, Editorial Fondo de Cultura Económica, 2009.
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Jacques, Lacan, El Seminario: Libro 20: Aun, 1972-1973. Publicado 1995
Murillo, Manuel, ¿Qué es el acto analítico?, Anuario de Investigaciones, vol. XXII, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina, 2015, pp. 165-172.
Sigmund, Freud, Más allá del principio de placer Psicología de las masas y análisis del yo y otras obras, obras completas, Volumen 18 Amorrortu editores. 1920-22
Søren, Kierkegaard, Migajas filosóficas, El concepto de angustia. Prólogos Escritos 4/2.