La voz como inscripción fundante.
Por: Lilian Quezada
Los rituales cotidianos de la mañana son de esos momentos en los que encuentro un placer inmediato: el baño de la mañana, el trillado café, el desayuno, la entrada del sol por las ventanas, que a veces se siente tan cálido como los buenos días de infancia y otras tan tedioso como las responsabilidades de los adultos, mis perros demandando cariños para salir y ladrar a cualquiera que pase; ¡a cualquiera que pase! Hace pocos días, Canelo se enfureció porque otro perro pasaba frente a su casa, el pelaje de su lomo se levantaba como si fuera una fiera —aquí cabe señalar que Canelo es un criollito de talla mediana enclenque— sin embargo, estaba tan molesto que pisó el jardín, cosa que está prohibida. Mi reacción fue peor que la de él, pero solo dije un: ¡Ay! —prolongado—, sin embargo, para mi cachorro fue suficiente, sabía que había hecho algo muy malo —desde luego que no es la primera vez que me escucha esa expresión—, cuando me percaté de lo que estaba sucediendo, la vi, vi como en un espejo la insatisfacción en su rostro, y de inmediato vinieron la sensaciones, ella, tan molesta, tan decepcionada, tan cansada, teniendo que arreglar, además de todo, las cosas que yo hacia mal, como cuando tiraba el vaso de leche sobre la mesa, o me orinaba mientras soñaba que, efectivamente, ya estaba en el baño, un «Ay» despertó conscientemente las insatisfacciones de mi madre cuando yo no era aquello que ella esperaba, cuando todo lo mío no era suficiente para que ella permaneciera satisfecha, siempre había algo que me impedía llegar a ser su centro, afortunadamente.
No me mal entiendan, por supuesto que hay un desplazamiento maternal hacia mi Canelo, ya que lo quiero como a nada en el mundo, pero les aseguro que sé que no soy su madre, mi asombro va hacia un momento que tira —quizás como todo— de un punto de tensión hacia el pasado que me ha estructurado y otro punto desde el futuro, que siempre estoy por tomar, este irnos haciendo, siendo.
Entre lo que hoy quisiera transmitir está el momento en el que al apalabrar la lengua de mi madre, un Ay, exactamente como lo dice no solo ella, sino también mi abuela, me coloca en un punto de referencia; soy hija y soy nieta, soy hermana mayor, soy mujer, soy heterosexual, soy jarocha, soy diestra, soy todos los adjetivos posibles en los que busco quien soy; y con los que he bordeado la ausencia de quien estoy siendo desde que soy yo. Y aquí una pregunta importante: ¿cómo he logrado ser yo? Retomando la importancia del ¡Ay! Pronunciado y que retorna como un recuerdo inmerso en el bagaje transgeneracional. Según Freud, la voz, es decir, las inscripciones acústicas, son las más profundas, las primarias; cuando hablamos de nuestras voces dentro de nosotros, cuando decimos que hay una parte de nosotros que piensa algo y otra parte que no está de acuerdo hablamos de estas inscripciones, que han dejado desde los primeros momentos de nuestra vida una carga de afecto, son las voces fundantes que estuvieron desde el inicio de nuestra historia y que pasaron de estar fuera a estar dentro, dicho como en el Proyecto de Psicología (1950 [1895] ) (enwurft) una cantidad considerable de energía psíquica, un quantum.
La importancia de este escrito de Freud no es la idea errada, biológica, del aparato psíquico explicado a través de neuronas, o dicho de otro modo, la teoría psicoanalítica pretendiendo ser explicada desde las ciencias naturales, sino que esta forma era la única posibilidad que tenía en ese momento el Dr. Sigmund Freud, neurólogo en ese entonces, para poder explicar lo que ya estaba ahí mencionado por otros autores que le anteceden, pero que su mirada había descubierto a través de una escucha muy particular ante la patología: el inconsciente.
En 1891, desde antes de iniciar la teoría psicoanalítica, Freud escribe Las afasias, texto que no se encuentra en sus obras completas y que, sin embargo, ya gesta ideas fundamentales de su metapsicología; si lo vemos en retrospectiva, conjuga 3 ejes de importancia que quisiera mencionar: el cuerpo, el lenguaje y el aparato psíquico. Así pues, la línea garante y delgada de la comunión entre el inconsciente y el cuerpo, es la voz, es verosímil lo que sale apalabrado de la boca de todos, incluso del mitómano del que cree en su delirio, del poeta, del asesino, del niño.
Cuando en términos psicoanalíticos se menciona la cura por la palabra, no se refiere a convertirnos en los cuidadores de los pacientes, o en ocupar ese espacio del médico centrado en el saber, sino a un extenuante trabajo de escucha flotante e interés por esta formación y el individuo que acude a nuestro auxilio; a todo esto en el parágrafo 11 que lleva por nombre La vivencia de satisfacción, del proyecto de psicología para neurólogos, Freud dice lo siguiente:
«El organismo humano es al comienzo incapaz de llevar a cabo la acción específica. Esta sobreviene mediante auxilio ajeno: por la descarga sobre del camino de la alteración interior, un individuo experimentado advierte el estado del niño. Esta vía de descarga cobra así la función secundaria, importante en extremo del entendimiento o comunicación y el inicial desvalimiento del ser humano es la fuente primordial de todos los motivos morales.» Freud. S. 1895. p. 362.
¿Cómo la madre sabe que su hijo llora por hambre a diferencia de cuando sabe que llora por que está enfermo o debe cambiar el pañal? La madre no miente, o no del todo, ella sabe lo que quiere su hijo, y al mismo tiempo su hijo se estructura entendiendo de ella qué es lo que a él le pasa, la forma en la que el lenguaje contribuye a una cierta economía psíquica nos habla de la fundación del Yo, y de cómo nace un sujeto, ya que con esta acción especifica hace el intento de transmitir aquello que da cuenta de sí mismo, no solo de pensamientos o recuerdos, sino de su historia y lo que ha entendido de ella y más aún a través de inscripciones que vienen del cuerpo, el cuerpo que no es suyo sino de su madre y el que le pertenece, dejando así de ser uno con ella, iniciando una imagen corporal inconsciente, fundando de esta manera una voz propia, pero hecha gracias al auxilio de una mirada que ha pasado por el mismo desvalimiento, la de su función de madre.
Ahora bien, el cambio de vida que ha producido la pandemia actual apenas genera movimientos reflexivos en todos nosotros, no es sino a posteriori que nos damos cuenta de cómo vivíamos antes de este suceso, cuando podíamos abrazarnos, besarnos, reunirnos sin temor, y valoramos la vida del modo que era llevada anteriormente, es importante pensar los cambios que esto provoca en las próximas generaciones, la manera nueva de relacionarnos, de estar, de formar grupos, es decir, la carga afectiva que funda los sujetos que apenas vienen y promover este necesario auxilio que propicia la vida.