Por: J. Ignacio Mancilla
Entre la primera mención de Freud a Nietzsche, en su canónica Interpretación de los sueños (1900), y la última, referida en un pequeño texto dedicado a Lou Andreas-Salomé (1937), hay 12 alusiones dispersas a lo largo de diferentes textos del creador del psicoanálisis (sin considerar una de su correspondencia con Wilhelm Fliess): cosa que hace muy complicado un análisis detenido y detallado de dichas referencias.
Sin embargo, a pesar de la dificultad de la empresa, escribiré sobre la compleja y difícil relación entre el médico vienés y el filósofo de los monumentales bigotes.
Hay mucho que decir y escribir —todavía— al respecto.
Va, pues, mi postura, siguiendo de cerca las llamadas freudianas a la filosofía nietzscheana; precursora, en muchos sentidos, de la teoría psicoanalítica. ¿Incluso de su clínica?
Bien. La primera reflexión alude a una de las ideas centrales de Nietzsche, la transvaloración de todos los valores; nada más y nada menos, ello con relación a la peculiar lógica del sueño, que de alguna manera transvalora el contenido del psiquismo de los sujetos, subvirtiendo la conciencia para establecer la predominancia de los procesos inconscientes.
En la última parte del primer volumen de La Interpretación de los sueños (volumen IV de las Obras Completas de la edición de Amorrortu), apartado C (Los medios de figuración del sueño) del capítulo VI (El trabajo del sueño), Freud escribe lo siguiente:
[…] alguien podría suponer que la intensidad sensorial (vivacidad) de las imágenes oníricas singulares tiene alguna relación con la intensidad psíquica de los elementos que les corresponden dentro de los pensamientos oníricos. En estos últimos, intensidad coincide con valencia psíquica; los elementos más intensos no serían otros que los más significativos, los que constituyen el centro de los pensamientos oníricos. Ahora bien, nosotros sabemos que precisamente estos elementos, por causa de la censura, casi nunca son acogidos en el contenido onírico. Pero podría suceder que sus retoños más inmediatos que los subrogan en el sueño cobrasen un alto grado de intensidad sin que por eso hubieran de constituir el centro de la figuración onírica. También este presupuesto, no obstante, es destruido por el estudio comparativo del sueño y el material onírico. La intensidad de los elementos en uno nada tiene que ver con esa intensidad en el otro; entre material onírico y sueño ocurre de hecho una total <<subversión de todos los valores psíquicos>>.[1] Y aún es frecuente que un retoño directo de lo que en los pensamientos oníricos ocupa un lugar dominante pueda descubrirse en un elemento del sueño, vaporoso y fugitivo, tapado por imágenes más potentes.
La intensidad de los elementos del sueño se muestra determinado de otro modo, y por dos factores independientes entre sí (volumen IV, pp. 334-335).
La segunda observación la hace Freud en el mismo texto de La interpretación de los sueños (volumen V); por lo que abordaré como parte de un mismo libro y me ocuparé después de las otras en una segunda entrega (o más) de esta mi escritura.
Y terminaré, en lo que se refiere a la primera parte de este escrito, con la última cita que hace Freud de Nietzsche, de manera indirecta, al ocuparse de Lou Andreas-Salomé (volumen XXIII de las Obras Completas).
Es en el apartado B. «La regresión», del más que famoso capítulo VII. Sobre la psicología de los procesos oníricos, que Freud alude por segunda vez a Nietzsche, pero sin indicarnos el texto exacto de su llamada.
Así, el creador del psicoanálisis escribe:
Tampoco podemos abandonar el tema de la regresión en el sueño sin formular una impresión que ya se nos había impuesto repetidas veces y que habrá de retornar con más fuerza luego de profundizar en el estudio de las psiconeurosis. El soñar en su conjunto es una regresión a la condición más temprana del soñante, una reanimación de su infancia, de las mociones pulsionales que lo gobernaron entonces y de los modos de expresión de que disponía. Tras esta infancia individual, se nos promete también alcanzar una perspectiva sobre la infancia filogenética, sobre el desarrollo del género humano, del cual el del individuo es de hecho una repetición abreviada, influida por las circunstancias contingentes de la vida. Entrevemos cuán acertadas son las palabras de Nietzsche: en el sueño «sigue actuándose una antiquísima veta de lo humano que ya no puede alcanzarse por un camino directo»; ello nos mueve a esperar que mediante el análisis de los sueños habremos de obtener el conocimiento de la herencia arcaica del hombre, lo que hay de innato en su alma. Parece que sueño y neurosis han conservado para nosotros de la antigüedad del alma más de lo que podríamos suponer, de suerte que el psicoanálisis puede reclamar para sí un alto rango entre las ciencias que se esfuerzan por reconstruir las fases más antiguas y oscuras de los comienzos de la humanidad (volumen V de las Obras Completas, p. 542).
Según Leandro Drivet —quien hace un seguimiento bastante exhaustivo y puntual de la influencia de Nietzsche en Freud—, el autor de La interpretación de los sueños cita al autor de Humano, demasiado humano de memoria; cosa que hace entendible lo atinado e impreciso —sí— del texto, pero…
Si uno va al parágrafo 13 de la primera parte de Humano, demasiado humano, no deja de sorprenderse de la cercanía que hay entre la textualidad de Nietzsche y la de Freud y, más todavía, de cómo están en un mismo horizonte temático y de ideas en torno al sueño y demás.
De ahí que… sostengamos, en este texto —primero en el que nos ocupamos de la influencia de Nietzsche en Freud—, que dicha relación es demasiado compleja; y que va más allá de las muchas referencias —más de una docena— a la obra de Nietzsche en toda la obra freudiana (esto sin ponderar las indicaciones en la abundante correspondencia y otros lugares; las famosas sesiones de los miércoles, por ejemplo).
Por ello, no deja de llamarnos la atención lo relativamente escuetas que son las citas, y aunque suelen ser de una gran pertinencia, sorprende que Freud no se explaye más ni en mencionarlo y mucho menos en explicarse un poco más cuando acude en apoyo del singular filósofo, creador de la polémica figura del superhombre (Übermensch).
En esa tesitura están las dos primeras citas en el texto canónico de La interpretación de los sueños, en las que Freud alude a las cuestiones centrales del pensamiento nietzscheano.
Que denotan un conocimiento relativamente profundo del pensamiento nietzscheano que va más allá de su «rehusamiento» al «elevado goce» de su lectura.
Cuestión que nos obliga a detallar, en la medida de nuestras posibilidades, esta problemática relación.
Siendo esta entrega nuestro primer acercamiento a la presencia de Nietzsche en la obra de Freud.
Bien, en la última referencia de la obra freudiana a Nietzsche es un pequeño texto que Herr Professor escribe después de la muerte de Lou Andreas-Salomé, quien tuviera contacto directo con el filósofo del eterno retorno de lo mismo.
Estamos, por tanto, ante una mención indirecta y muy directa al mismo tiempo.
Se trata de un texto muy corto, pero muy sentido, en el que Freud rinde un claro y sincero homenaje y reconocimiento ante la excepcionalidad de dicha mujer; ahí el creador del psicoanálisis escribe:
Se sabía que siendo joven había mantenido intensa amistad con Friedrich Nietzsche, una amistad fundada en su profunda inteligencia para las osadas ideas del filósofo. La relación halló un final repentino cuando ella rechazó la propuesta matrimonial que él le hizo (volumen XXIII de las Obras Completas, p. 299).
De este modo se cierran las indicaciones del médico vienés al filósofo intempestivo, pero se abre la dificultad de nuestra cuestión: dar cuenta, en la medida de lo posible, de la relación entre estos dos maestros de la sospecha.
Cosa que todavía depende del tipo de relectura que se haga de la obra y de la filosofía de Nietzsche; cuestión que determinará el enfoque mismo de la relación entre estos dos colosos del pensamiento…
Ya lo veremos.

[1] Aquí, precisamente, el editor (James Strachey) introduce la siguiente nota: «Alusión al célebre leitmotiv del ataque lanzado por Nietzsche contra el cristianismo» (nota 35).