Por: Alejandro León Benítez.
Panal de miel son las palabras amables:
endulzan el alma y sanan el cuerpo.
Proverbios 16:24, versión BLP
Pensar en el cuerpo es imaginar cómo en él se inscriben los restos del lenguaje, aquello que se escapa sin poder dar cuenta de la dimensión del saber. El cuerpo puede ser, efectivamente, sanado por medio de palabras, así nos lo enseña la experiencia del análisis, desde el diván.
El cuerpo es un lugar: lugar de la expresión del sujeto, lugar del deseo y objeto del mismo. Es también el lugar donde el psicoanálisis se ha preguntado por el inconsciente y la sexualidad; es de donde emana la pulsión, el territorio del placer y displacer. ¡Tan pletórico y vacío! Así se manifiesta el cuerpo del sentido del que habla Jean-Luc Nancy (2003) en su texto Corpus[1], en el que expone su existencia y sus significaciones. El cuerpo es el que verdaderamente habla cuando el sujeto calla, calla anteponiendo a su cuerpo, «jugándose el pellejo».
Dice Nancy que no tiene sentido hablar de cuerpo y pensamiento por separado, como si subsistieran por sí mismos, sino que se tocan de manera constante, como una especie de adentro y afuera; es decir, no hay cuerpo sin palabra.
Así, en la clínica, podemos dar cuenta del cuerpo parlante cuando el sujeto se expone a sí mismo mediante su palabra. La experiencia del análisis modifica la imagen del cuerpo, le permite al sujeto conferirlo de un modo distinto, servirse de él de tal forma que quede abierta la posibilidad de dar cuenta del deseo que lo habita. El analista tiene que estar ahí, atento a que aparezca algo que tenga que ver con el deseo del sujeto. Esta es la manera en que el análisis brinda la posibilidad de darle lectura a ese cuerpo hablante, de ser leído de otra manera, de escucharle y darle un lugar, una forma que permea dentro de él, pero que el sujeto desconoce.
Cuando el sujeto dice, yo soy, lo dice porque cree que él es su cuerpo. El análisis intenta darle lugar al sujeto mediante la lucha firme y manifiesta con la palabra, con su palabra, que, a su vez, es la esencia misma de su historia y lo que lo determina. El psicoanálisis hará que esa historia se reintegre al sujeto y pueda restituirse, no el pasado, sino en su efecto histórico. Porque «el estudio de la historia es un estudio de causas»[2]. Por lo tanto, el analista lee esa historia y el sujeto la escribe con su palabra, porque el modo en que se inscribió la historia en él es precisamente mediante la palabra.
Durante un tratamiento analítico, nos hemos de topar con una dificultad que casi siempre, por no decir siempre, involucra al cuerpo, por medio de los síntomas expresados en él, los cuales eventualmente saldrán a la luz durante el tratamiento por medio de las palabras; no obstante, la dificultad como tal no es precisamente esto, sino, lo que Freud apuntaba en su trabajo sobre la transferencia[3], donde nos menciona que en un primer momento, la transferencia conferida al analista «aparece como el arma más poderosa de la resistencia»; es decir, el mecanismo de transferencia sirve como un medio excelente de la resistencia. ¿Por qué hablar de transferencia y resistencia si estamos hablando del cuerpo y la palabra? Porque la transferencia es fundamental en el análisis, puesto que es parte del proceso constitutivo del mismo, ya que tiene que ver con el establecimiento de una relación entre analizante (paciente) y analista, y sin el establecimiento de esta relación llamada transferencia, no hay posibilidad de análisis y por lo tanto de «cura»; en cuanto a la resistencia, porque es un obstáculo que impide el proceso rumbo a la cura: a saber, el cuerpo mismo que nos presentan en el diván mediante el discurso, la mayoría de las veces «les significa un obstáculo» en su vida cotidiana, puesto que en él se manifiestan síntomas a manera de «palabras cifradas». Y va a ser mediante el mecanismo de la transferencia con el cual vamos a darle camino a la palabra para que el sujeto pueda darle sentido a su historia.
En el reconocido y fundamental trabajo sobre la transferencia, Freud lo reveló de manera excelsa: «Las mociones inconscientes no quieren ser recordadas, como la cura lo desea, sino que aspiran a reproducirse en consonancia con la atemporalidad y la capacidad de alucinación de lo inconsciente». Y más adelante: «Esta lucha entre médico y paciente, entre intelecto y vida pulsional, entre discernir y querer «actuar», se desenvuelve en torno a los fenómenos transferenciales. Es en este campo donde debe obtenerse la victoria»[4]. Esto, en concordancia con lo que quiero transmitir, no hace sino confirmar que es en el cuerpo, en tanto habitación del alma, donde se van a manifestar y repetir de manera constante, hasta ser reveladas por medio de la palabra, las vicisitudes del sujeto a lo largo de la historia, expresadas mediante síntomas. Por tanto, el cuerpo contiene palabras, y las palabras dan cuenta de él; porque palabra y cuerpo son el lenguaje del sujeto y lo determinan como tal. Como lo refirió Nancy, a propósito del alma y aludiendo a Aristóteles, «el alma es la forma del cuerpo»;o Spinoza, «el alma es la idea del cuerpo».En ambos, vemos que no hay uno sin lo otro.
Al auténtico modo cristiano, finalizo diciendo: somos el verbo hecho carne.
[1] Nancy, Jean-Luc, Corpus, Madrid, Arena, 2003.
[2] Carr, Edward H, ¿Qué es la historia?, México, Ariel, 1992, p. 117.
[3] Freud, Sigmund, «Sobre la dinámica de la transferencia» (1912), en O.C., vol. XII, Buenos Aires, Amorrortu, 1996.
[4] Ibid, p. 105.